miércoles, 29 de febrero de 2012

Legitimidad y Reformas Políticas


Febrero-2012
La crisis actual de la política es triple; de representación, de participación y de legitimidad. La clase política ha puesto en marcha un conjunto de reformas económicas y políticas que tienen como objetivo ajustar la relación permanente entre política y sociedad; y de ese modo, superar la coyuntura de malestar que se ha instalado en el Chile de hoy.

Una sensación de malestar y descontento recorre al país y al mundo. Este hecho, es el resultado de un conjunto de situaciones que han generado las condiciones para la actual coyuntura. Empleos precarios, abusos del capital, explotación indiscriminada de los recursos naturales, contaminación ambiental, financierización de la economía, ingresos desiguales, alza de los precios, sobreendeudamiento, etc. son algunas de las situaciones que han conducido hacia el actual escenario.

Los Estados y los políticos se han visto sobrepasados por estos hechos. Se han mostrado incapaces de responder a las demandas que surgen desde todos los rincones de la sociedad. Y ello, ha generado una crisis de legitimidad y de credibilidad con la política. Los signos de esta situación se encuentran en la calle –vida cotidiana-, en las encuestas y en la baja participación política.

Entre las causas de los bajos niveles de legitimidad se encuentra el hecho de que la economía, el mercado y los economistas han reemplazado a la política, al Estado y a los políticos en sus labores tradicionales de control, planificación y negociación social. Las grandes decisiones colectivas se han trasladado desde los partidos y las instituciones hacia las empresas y sus influencias. Se ha pasado del “Estado protector” hacia el “Estado subsidiario”. Lo colectivo ha sido doblegado por el individualismo.

En ese escenario, la política es cada día menos influyente y sus liderazgos más ineficientes. Ante tanta demanda y necesidades de protección los ciudadanos se sienten impotentes, desamparados y desilusionados; frente, a quienes son los llamados a resolver sus problemáticas y diseñar un mundo distinto. Sucede, que ellos ya no tienen el poder y los recursos que tuvieron en épocas pasadas.


¿Cómo reconocemos la baja legitimidad? La calle cuando se refiere a los políticos usa frases y adjetivos negativos; entre ellos, se escucha de manera recurrente que son “apitutados”, “ladrones”, “que se arreglan los bigotes”, “que sólo se interesan por ellos”, “que no hacen nada” y “que se llenan los bolsillos de plata”. Por su parte, la participación política va a la baja.

Finalmente, están las encuestas que muestran mes a mes como los niveles de legitimidad y credibilidad bajan y se estancan. Las posibilidades de alza no se ven a corto plazo. Este hecho, no es nuevo ni coyuntural. Al contrario, es una tendencia que se viene manifestando, por lo menos, hace una década. Y ello, en Chile y el mundo.

Las cifras de la encuesta Adimark muestran los bajos niveles de aprobación-desaprobación de la Concertación, de la Alianza, del Congreso, del Gobierno y del Presidente. Y del mismo modo, los datos de identificación política y de algunos atributos presidenciales.

Los datos de las encuestas van generando mes a mes preocupación en la élite política del país. Las cifras generan preocupación por el hecho de que se trata de tendencias; ya no son resultados aislados. El problema político, es que ellas se consolidan en un escenario de intensas movilizaciones sociales que encuentran en Mayo del 2011 sus primeras manifestaciones. Justo, en un momento en que la Concertación obtiene un histórico 65% de desaprobación y sólo un 23% de aprobación. Sin embargo, la actual oposición ya conocía similares cifras de aprobación. Para la derecha tampoco se trata de resultados desconocidos.

Desde esa fecha el nivel de aprobación-desaprobación de ambas coaliciones es a la baja. Lo peor estaba por venir. Los resultados de Octubre del 2011 vuelven a causar alarma. En efecto, la Concertación llega al 14% de aprobación y al 73% en la desaprobación. Se trata, de las cifras más bajas desde su historia. En Enero del 2012, la aprobación llega al 20% y la desaprobación al 69%. Por su parte, la Alianza se encuentra en una fase en que sus cifras de aprobación-desaprobación son mejores que lo que conocieron en el ciclo 2006-2009.

El promedio histórico de aprobación de la Concertación y de la Alianza entre el 2006 y el 2011 –en seis años- es del 24,5% y el 27,5% respectivamente. La desaprobación llega al 56,5% y el 52,4% respectivamente. Gana la Alianza. Sin embargo, hay que destacar que el alza de la derecha ocurre desde el último trimestre del 2009. De hecho, el promedio de aprobación en la Alianza entre el 2006 y el 2009 llega al 23% y en la desaprobación al 54%. En las Concertación esas cifras llegan al 24% y al 55% respectivamente.

Son cifras, sin duda,  que dan cuenta de la crisis de legitimidad que hemos identificado. Si a ello, agregamos los niveles de aprobación-desaprobación del Congreso el escenario de baja legitimidad se va consolidando. En efecto, la aprobación promedio del parlamento en el ciclo 2009-2011 llega para los Diputados al 26% y al 30% para el Senado. La desaprobación llega respectivamente al 58% y 53%. Son cifras, no muy distintas a las que muestran los dos grandes bloques políticos. En Enero del 2012, la aprobación en los Diputados llega al 22% y en el Senado al 25%. A su vez, la desaprobación llega al 62% y al 60% respectivamente.

Hay otras cifras que siguen dando cuenta de la crisis de legitimidad. En esa dirección, la identificación política con ambas coaliciones llega en promedio al 26,6% entre el 2006 y el 2011. Los ciudadanos se identifican políticamente; pero, no cada vez creen menos en ella.

Finalmente, lo que ocurre con el Presidente y su gobierno es otro signo de la crisis. En efecto, la aprobación de Piñera en promedio -2010/2011- llega al 43,6%; considerando, una baja entre un año y otro del 52,2% al 35%. A su vez, la desaprobación sube del 32,6% al 57,1%; el promedio del ciclo llega al 45%. Por su parte, la aprobación del gobierno cae del 55% al 35% y la desaprobación sube del 32% al 58%.

Hay otros indicadores que dan cuenta de la baja legitimidad. En esa dirección, la credibilidad del Presidente no supera el 50% para el ciclo 2010-11. En efecto, para el 52,1% el Presidente es “nada o poco” creíble. Del mismo modo, para el 50% el Presidente genera “poco o nada” confianza.

¿Cómo revertir este aspecto de la crisis actual de la política? La apuesta ya la hicieron: Reformas políticas, reforma tributaria y equilibrar la relación capital-consumidores.

Sin embargo, ¿serán suficientes para re-encantar a los ciudadanos?; y con ello, re-legitimar el modelo de desarrollo y asegurar la gobernabilidad de corto, mediano y largo plazo.

Y cómo podrán lograr sus objetivos de “re-encantamiento” si el poder va seguir al lado de la economía y del capital. Y a su vez, el Estado seguirá prisionero del dogma de la subsidiariedad, de la ortodoxia liberal y de la “razón técnico-instrumental”. Ha llegado la hora de la política y de los ciudadanos.

martes, 21 de febrero de 2012

Las Minorías políticas. Del Binominal al Proporcional


Febrero-2012
Las minorías políticas quedan fuera del parlamento en el marco de la “lógica binominal”. Es un dato de la causa y una de las principales motivaciones del actual debate. En todo caso ninguna novedad. El sistema fue diseñado para eso. En ese sentido ha sido exitoso. En efecto, la única manera de llegar al parlamento es formando parte de uno de los dos grandes bloques. De hecho, en los diputados sólo en 14 ocasiones se ha logrado romper el binominal; en el Senado ha ocurrido sólo una vez. Las cifras representan en relación al número de elecciones el 3,88% y el 1,5% respectivamente. Si consideramos el número de representantes electos representan también respectivamente el 1,95 y el 0,8%.

Esta lógica, a su vez, ha permitido que a nivel de los diputados ambos pactos tengan a lo largo de seis elecciones un regalo político-electoral de 64 representantes; 33 la derecha y 31 la concertación. En el Senado, esas cifras muestran que ese “superávit electoral” llegue a 11; 10 para la derecha y 1 para la Concertación. Aquí, se encuentra la brutalidad del mayoritario binominal. La derecha gana por goleada.

En definitiva, los grandes perdedores son todos aquéllos que no se identifican política ni ideológicamente con los grandes bloques. Y esas fuerzas, son los independientes fuera de pacto, los comunistas, los humanistas, los ecologistas y en el 2009 los seguidores del progresismo de MEO. Al contrario, los radicales y en su momento el Partido del Sur y la Unión de Centro Centro que siendo fuerzas políticas menores si logran representación al formar parte de uno de ambos bandos. Lo mismo, ha ocurrido con algunos independientes fuera de pacto y con el PRI en las últimas parlamentarias. Para que esto ocurra, es decir, que exista quiebre binominal, deben darse ciertas condiciones políticas a nivel local. Entre ellas, el liderazgo de tipo cacical del candidato y el tipo de lista que conforma cada bloque dominante.

Los datos muestran que cuando hay quiebre duopolio la concentración de votos de ambos bloques sumados baja de manera considerable llegando oscilando (dependiendo el caso) entre el 66% y el 49%.

Es más, al revisar la votación final de las fuerzas no duopolicas a nivel nacional observamos que sus votos superan la mayoría de las veces el 8%; en el ’89, llegaron al 14,33%, en el ’93 al 7,92%, en el ’97 al 13,23%, en el 2001 al 7,83%, en el 2005 al 9,52 y en la última parlamentaria al 12,2%. Sin duda, cifras que en otra mecánica electoral le aseguran una cantidad importante de escaños. Si esas cifras las analizamos a nivel local, vemos que el aumento de cada fuerza sube de manera considerable. De hecho, de las 360 mini elecciones que se han desarrollado a nivel de los Diputados entre 1989 y el 2009 sólo en el 20% de ellas (en 72 distritos) las fuerzas minoritarias han obtenido menos del 5% de los votos. Esa cifra en el Senado llega al 35% (en 23 circunscripciones). En el 37,5% de los casos (135) las fuerzas minoritarias o no duopolicas superan el 10% de los votos; en el senado, se supera el umbral del diez por ciento en 21 ocasiones (32%).

Y con estas cifras ¿qué pasa?  Lo que ya sabemos, quedan fuera del parlamento. El gran pecado de estas fuerzas es que se han presentado a competir de manera fragmentada en la mayoría de las elecciones veces en dos listas. Si le sumamos, a los independientes fuera de pacto llegamos al hecho de que esos votos se ha repartido en tres listas. Si hubiesen logrado unidad política y electoral no sólo su suerte habría sido otra, sino también el desarrollo político de Chile hubiese tomado otro rumbo.

El sistema de partidos chileno han competido entre el ’89 y las últimas parlamentarias un total de 28 partidos “legales”. La mayor fragmentación alcanza a los 15 y 14 en las elecciones de 1989 y de 1993 respectivamente; luego llegamos a 11, 9, 10 y 12 en el ’97, 2001, 2005 y 2009 respectivamente. Desde el primer momento de la re-democratización fueron cinco los partidos que se constituyeron como los dominantes (Dc, PPd, Ps, Rn y Udi) y los dueños del “duopolio binominal”. Durante 20 años vienen hegemonizando la política y sus decisiones.

La existencia de esta cantidad partidos muestra con toda su contundencia el fracaso del diseño electoral en crear un sistema político de baja fragmentación. La ingeniería electoral no ha logrado terminar con el multipartidismo característico y correlativo a la diversidad social, cultural, económica, política y geográfica de Chile. El binominal ha sido la camisa de fuerza que está ahogando la expresión y la participación de la diversidad del país.

Lo interesante es que la mayoría de la élite política le tiene miedo a la diversidad; sobre todo, a nivel político y su expresión en fuerzas minoritarias. Sin duda, pueden poner en jaque su hegemonía.

¿Qué va pasar con estos partidos en el futuro?; ¿qué cambios va generar en el sistema de partidos un sistema electoral de tipo proporcional corregido?

Los defensores de ese modelo tienen como horizonte la idea de que ese sistema reduce la fragmentación y de ese modo se garantiza la estabilidad y gobernabilidad. El ideal es, por tanto, dejar cinco o seis partidos dominantes y competitivos. Si eso es así,  ¿cuáles serán esos partidos? La respuesta ya la sabemos. Los mismos que hoy dominan el binominal. Entonces, ¿en qué consiste el cambio de mecánica electoral? ¿Qué va aportar para la oxigenación política un proporcional corregido con cifra repartidora?

Acaso, en este modelo ¿no se genera también exclusión y distorsión entre votos y escaños? O acaso, ¿no sigue existiendo la supremacía de la lista? 

A mi entender un “proporcional puro” es el que mejor asegura la relación entre votos y asientos parlamentarios. En ese caso, la exclusión de las fuerzas menores es natural y no el resultado de la ingeniería electoral ni el cálculo político. Al mismo tiempo, es un modelo que no le tiene miedo a la incertidumbre.

Para la estabilidad y la gobernabilidad lo relevante no es el número de partidos en sí mismo, sino la “distancia ideológica” existente entre ellos. Las crisis y los quiebres tienen que ver con las diferencias existentes entre los partidos sobre cuestiones relevantes para el país. No olvidemos, que las guerras civiles del siglo XIX fueron entre dos bandos (liberales y conservadores). Y del mismo modo, el quiebre del ’73 tuvo como protagonistas a las mismas fuerzas que dominan el “duopolio binominal” y que potencialmente van a dominar en el sistema electoral del futuro. Por tanto, la fragmentación del sistema de partidos no tiene nada que ver con los niveles de conflicto que puede alcanzar el país. Las tensiones y quiebres tienen otro origen. 

Las fuerzas menores son parte del Chile de ayer, de hoy y lo serán en el futuro. Ahogarlas y anular su expresión a  nivel político es matar una parte del alma del país. Necesitan llegar al parlamento hoy y mañana. La ingeniería electoral no puede torcer la naturaleza de lo real.

lunes, 13 de febrero de 2012

Del Binominal al Uninominal


Febrero-2012
El debate en torno al binominal ha mostrado avances en el sentido de que desde distintos sectores se han comenzado a plantear propuestas. Estas van desde un “mayoritario uninominal” hasta un “proporcional puro” pasando por un ajuste al actual binominal y por un “proporcional corregido”. Las opciones electorales ya están en la mesa. Eso, ya es un avance. Ahora, comenzara una etapa tan dura como la primera –que consistió en poner este tema en la mesa-. Espero, que no sea tan larga esta nueva fase. Veinte años, ya es mucho.

Las propuestas que más adeptos suman son las de un “binominal ajustado” y las de un “proporcional corregido”. Las primeras son las que más suenan en el gobierno y sus apoyos políticos. Más allá, no están dispuestos avanzar. Las segundas, son la opción preferida de la actual oposición. Sin embargo, si se respeta el acuerdo Rn-Dc el partido del Presidente Piñera debería sumarse a la segunda opción. Con sus votos en el parlamento –lo que asegura el quórum de los que 3/5-, la reforma electoral sólo estaría a la espera de día y hora para ser aprobada. Con ello, se realizaría no sólo la reforma política más importante y trascendente de la re-democratización, sino también se eliminaría uno de los últimos “enclave autoritarios”. La historia de esos sucesos está por escribirse. Por ahora, recién nos sentamos a la mesa.

No obstante, avanzar hacia un sistema “proporcional corregido” se ha convertido -al parecer- en la propuesta dominante. Con ello, no sólo se recupera una institución de la democracia pre ’73, sino también se adoptaría el sistema electoral que más se acerca al “ideal democrático”. Es más, ambos aspectos se refuerzan con el hecho de que esa fórmula disminuye los riesgos de fragmentación partidaria; y con ello, se generan las condiciones para la gobernabilidad. Ya hay algunas propuestas que circulan en esta dirección.

Sin embargo, entre las opciones también ha surgido la tesis del “mayoritario uninominal”. Hace un par de semanas el Ministro Longueira –en una entrevista para El Mercurio- se mostro partidario de este modelo. Del mismo modo, reconoció que era altamente probable estar muy solo en esa postura. Como buen político y gran estratega, me parece una afirmación política con fines negociadores. En efecto, se trata de un planteamiento que tiene por objetivo fortalecer sus convicciones individuales y corporativas –Udi- en la perspectiva de negociar una reforma que se hace inminente a mediano plazo. En esa misma entrevista afirma que bajo ninguna circunstancia apoyaría un “sistema proporcional”. De hecho, lo ha planteado en innumerables ocasiones. Es probable, que este pensando en “ajustes al binominal” sin entrar al terreno uninominal ni proporcional. Ya se verá, como se avanza.

En los últimos días, han surgido algunas ideas acerca de que un uninominal no sería tan malo como se supondría. Parece, que Longueira no esta tan sólo en esa postura. Más que mal, es la dinámica de un debate que tiene muchas aristas.

Ante ello, me pregunto ¿cómo hubiese funcionado un sistema electoral “mayoritario uninominal” en Chile?  Al hacer el ejercicio de “ficción electoral” surge una hipótesis contundente: para la derecha es muy mala opción; la peor de todas. Veamos.

Para hacer el ejercicio hay que suponer que se mantienen los actuales distritos o circunscripciones y que el número de representantes baja a 60 -uno por distrito- para los Diputados y a 19 para el Senado. No puedo dejar de mencionar que hay distintas formas de hacer un análisis de este tipo. No obstante, todas implican decisiones metodológicas –en el ámbito territorial y en el número de electores- que terminan influyendo de manera considerable sobre los resultados finales. Estos ejercicios de ficción electoral son fundamentales para la viabilidad de cualquier reforma al sistema electoral.


En las parlamentarias de 1989 y en el contexto de un “mayoritario uninominal” la derecha tendría una derrota parecida a lo que ocurrió con el Partido Nacional en las parlamentarias de 1965. En esta elección la Concertación obtendría 50 de los sesenta diputados. Si a ello, le agregamos la elección de Juan Pablo Letelier y Hosain Sabag el conglomerado sube su representación a 52. La Derecha, obtendría, por tanto, 8 Diputados. Un desastre. En el Senado, de los 19 senadores, la Concertación logra 18; la Derecha se queda con uno. A nivel de pacto, los números son similares. En un sistema uni-nominal, la derrota para la Derecha hubiese sido tremenda. Los 3/5 estarían a disposición de la Concertación de manera fácil. Desmantelar el orden pinochetista estaría al alcance de la mano.

En las parlamentarias de 1993 la Concertación baja a 47 y la Derecha sube a 13. En el Senado de los nueve electos, la Derecha se queda con cuatro y la Concertación con cinco. Sin considerar los designados, la Derecha tendría 5 de 19 senadores. Otra derrota tremenda.        En las parlamentarias de 1997 se consolida la tendencia; la Concertación baja a 37 y la Derecha sube a 21 en los Diputados. A nivel senatorial de los diez cupos en competencia la Derecha sólo se queda con uno. Luego, de los 19 senadores –en el marco del uni nominal-, la Concertación tendría 14. Nuevamente, desmantelar el orden político y económico heredado estaría al alcance de la mano, o si se quiere, de la voluntad política.

En las parlamentarias de 2001 hay una inflexión importante. Mientras la Concertación baja a 27 Diputados, la Derecha sube a 32. En el Senado, la Concertación seguiría contando con los 3/5 al tener 13 senadores. En el 2005 vuelven los resultados a favorecer al pacto del arco iris al manifestarse cifras muy similares a las observadas en el ’89 y el ’93. De ese modo, mientras la Derecha baja a 12 diputados, la Concertación sube a 48. En el Senado, mantienen sus 13 asientos. Finalmente, en las parlamentarias del 2009, la relación de cupos es de 36 a 22 a favor de la Concertación. En el Senado, sus representantes bajarían a once poniendo en riesgo sus 3/5.

En síntesis, en un sistema uni nominal –y manteniendo los actuales distritos y circunscripciones- la Derecha hubiese sufrido derrotas de una magnitud que la posicionarían en un abismo cercano a su desaparición. En efecto, de las seis elecciones de Diputados, solo en una ocasión no logra –la Concertación- el quórum de una Ley Orgánico Constitucional –en el 2001-. En el Senado, en cambio, siempre mantuvo esa posibilidad.

No nos engañemos. La reforma electoral se hace con calculadora en mano. Las convicciones democráticas son menos –y mucho menos- relevantes que los cálculos electorales. Con estos datos, la opción uninominal pierde muchos puntos. Más bien, se trata de una alternativa in viable en términos políticos y culturales. Van quedando dos opciones; un tipo de proporcional o un ajuste al binominal. Se sigue avanzando.