Febrero-2012
Las minorías políticas quedan fuera del
parlamento en el marco de la “lógica binominal”. Es un dato de la causa y una
de las principales motivaciones del actual debate. En todo caso ninguna
novedad. El sistema fue diseñado para eso. En ese sentido ha sido exitoso. En
efecto, la única manera de llegar al parlamento es formando parte de uno de los
dos grandes bloques. De hecho, en los diputados sólo en 14 ocasiones se ha
logrado romper el binominal; en el Senado ha ocurrido sólo una vez. Las cifras
representan en relación al número de elecciones el 3,88% y el 1,5%
respectivamente. Si consideramos el número de representantes electos
representan también respectivamente el 1,95 y el 0,8%.
Esta lógica, a su vez, ha permitido que a
nivel de los diputados ambos pactos tengan a lo largo de seis elecciones un
regalo político-electoral de 64 representantes; 33 la derecha y 31 la
concertación. En el Senado, esas cifras muestran que ese “superávit electoral”
llegue a 11; 10 para la derecha y 1 para la Concertación. Aquí, se encuentra la
brutalidad del mayoritario binominal. La derecha gana por goleada.
En definitiva, los grandes perdedores son todos aquéllos que no se identifican
política ni ideológicamente con los grandes bloques. Y esas fuerzas, son los
independientes fuera de pacto, los comunistas, los humanistas, los ecologistas
y en el 2009 los seguidores del progresismo de MEO. Al contrario, los radicales
y en su momento el Partido del Sur y la Unión de Centro Centro que siendo fuerzas
políticas menores si logran representación al formar parte de uno de ambos
bandos. Lo mismo, ha ocurrido con algunos independientes fuera de pacto y con
el PRI en las últimas parlamentarias. Para que esto ocurra, es decir, que
exista quiebre binominal, deben darse ciertas condiciones políticas a nivel
local. Entre ellas, el liderazgo de tipo cacical del candidato y el tipo de lista que conforma cada
bloque dominante.
Los datos muestran que cuando hay quiebre
duopolio la concentración de votos de ambos bloques sumados baja de manera
considerable llegando oscilando (dependiendo el caso) entre el 66% y el 49%.
Es más, al revisar la votación final de las
fuerzas no duopolicas a nivel nacional observamos que sus votos superan la
mayoría de las veces el 8%; en el ’89, llegaron al 14,33%, en el ’93 al 7,92%,
en el ’97 al 13,23%, en el 2001 al 7,83%, en el 2005 al 9,52 y en la última
parlamentaria al 12,2%. Sin duda, cifras que en otra mecánica electoral le
aseguran una cantidad importante de escaños. Si esas cifras las analizamos a
nivel local, vemos que el aumento de cada fuerza sube de manera considerable.
De hecho, de las 360 mini elecciones que se han desarrollado a nivel de los
Diputados entre 1989 y el 2009 sólo en el 20% de ellas (en 72 distritos) las
fuerzas minoritarias han obtenido menos del 5% de los votos. Esa cifra en el
Senado llega al 35% (en 23 circunscripciones). En el 37,5% de los casos (135)
las fuerzas minoritarias o no duopolicas superan el 10% de los votos; en el
senado, se supera el umbral del diez por ciento en 21 ocasiones (32%).
Y
con estas cifras ¿qué pasa?
Lo que ya sabemos, quedan fuera del parlamento. El gran pecado de estas
fuerzas es que se han presentado a competir de manera fragmentada en la mayoría
de las elecciones veces en dos listas. Si le sumamos, a los independientes
fuera de pacto llegamos al hecho de que esos votos se ha repartido en tres
listas. Si hubiesen logrado unidad política y electoral no sólo su suerte
habría sido otra, sino también el desarrollo político de Chile hubiese tomado
otro rumbo.
El sistema de partidos chileno han competido
entre el ’89 y las últimas parlamentarias un total de 28 partidos “legales”. La
mayor fragmentación alcanza a los 15 y 14 en las elecciones de 1989 y de 1993
respectivamente; luego llegamos a 11, 9, 10 y 12 en el ’97, 2001, 2005 y 2009
respectivamente. Desde el primer momento de la re-democratización fueron cinco
los partidos que se constituyeron como los dominantes (Dc, PPd, Ps, Rn y Udi) y
los dueños del “duopolio binominal”. Durante 20 años vienen hegemonizando la
política y sus decisiones.
La existencia de esta cantidad partidos
muestra con toda su contundencia el fracaso del diseño electoral en crear un
sistema político de baja fragmentación. La ingeniería electoral no ha logrado
terminar con el multipartidismo característico y correlativo a la diversidad
social, cultural, económica, política y geográfica de Chile. El binominal ha
sido la camisa de fuerza que está ahogando la expresión y la participación de
la diversidad del país.
Lo interesante es que la mayoría de la élite
política le tiene miedo a la diversidad; sobre todo, a nivel político y su
expresión en fuerzas minoritarias. Sin duda, pueden poner en jaque su
hegemonía.
¿Qué
va pasar con estos partidos en el futuro?; ¿qué cambios va generar en el
sistema de partidos un sistema electoral de tipo proporcional corregido?
Los defensores de ese modelo tienen como
horizonte la idea de que ese sistema reduce la fragmentación y de ese modo se
garantiza la estabilidad y gobernabilidad. El ideal es, por tanto, dejar cinco
o seis partidos dominantes y competitivos. Si eso es así, ¿cuáles serán esos partidos? La respuesta ya
la sabemos. Los mismos que hoy dominan el binominal. Entonces, ¿en qué consiste
el cambio de mecánica electoral? ¿Qué va aportar para la oxigenación política
un proporcional corregido con cifra repartidora?
Acaso, en este modelo ¿no se genera también
exclusión y distorsión entre votos y escaños? O acaso, ¿no sigue existiendo la
supremacía de la lista?
A mi entender un “proporcional puro” es el que mejor asegura la relación entre votos
y asientos parlamentarios. En ese caso, la exclusión de las fuerzas menores es
natural y no el resultado de la ingeniería electoral ni el cálculo político. Al
mismo tiempo, es un modelo que no le tiene miedo a la incertidumbre.
Para la estabilidad y la gobernabilidad lo
relevante no es el número de partidos en sí mismo, sino la “distancia
ideológica” existente entre ellos. Las crisis y los quiebres tienen que ver con
las diferencias existentes entre los partidos sobre cuestiones relevantes para
el país. No olvidemos, que las guerras civiles del siglo XIX fueron entre dos
bandos (liberales y conservadores). Y del mismo modo, el quiebre del ’73 tuvo
como protagonistas a las mismas fuerzas que dominan el “duopolio binominal” y
que potencialmente van a dominar en el sistema electoral del futuro.
Por tanto, la fragmentación del sistema de partidos no tiene nada que ver con
los niveles de conflicto que puede alcanzar el país. Las tensiones y quiebres
tienen otro origen.
Las fuerzas menores son parte del Chile de
ayer, de hoy y lo serán en el futuro. Ahogarlas y anular su expresión a nivel político es matar una parte del alma
del país. Necesitan llegar al parlamento hoy y mañana. La ingeniería electoral
no puede torcer la naturaleza de lo real.