Mayo-2012
Las
presiones por la salida del gobierno de los presidenciables se multiplican.
Mientras unos piden que la salida sea “más temprano que tarde”, otros afirman
que ello debe ocurrir después de las municipales. Ese es el dilema: antes o
después de Octubre. Sin embargo, no es la única disyuntiva.
Desde
que a fines de Marzo Longueira planteo la tesis de la primera vuelta con los
tres postulantes del oficialismo el debate presidencial se desato y comenzaron
las definiciones “virtuales” sobre el mecanismo y los tiempos para dar inicio
“formal” a la campaña presidencial al interior de la Alianza. Con ese impulso
los actores del oficialismo fueron definiendo sus preferencias sobre el
candidato y el mecanismo. Han pasado dos meses y todo sigue “casi igual”; no
hay postulante ni fórmula. El empate político se ha instalado.
En
esa coyuntura el gobierno y los partidos hacen un llamado al orden, a no apurar
la carrera presidencial, a no descuidar el trabajo ministerial y a no confundir
el rol de candidato con el de Ministro. No se escucharon las directrices de la
cabeza política. La dinámica presidencial no había como detenerla. Sin embargo,
faltaba lo que ocurría con la cep a principios de Mayo.
El
resultado fue demoledor para el oficialismo. Bachelet ganaba por goleada. Con
ese dato se abre un escenario de pánico y la tensión por el tema presidencial
en el oficialismo se intensifica.
La
dinámica presidencial está en ascenso y no hay como detenerla. El tema es muy
complejo dadas las lealtades en jugo y las dudas instaladas. Medio año más de incertidumbre y de lucha
latente es insostenible. ¿Por qué?
Hay
cuatro razones que aconsejan que las definiciones presidenciales del sector
deban comenzar. En esa dirección, el oficialismo tiene que definir el mecanismo
y el momento en que los presidenciables salgan del gabinete.
En
primer lugar está el hecho de que
mientras no exista definición ni claridad sobre el candidato no habrá crecimiento en las encuestas.
No saben quién va ser el candidato, cómo lo van a definir, cuando lo van a
definir y que programa van a impulsar. ¿Cómo se puede crecer en ese escenario?
Segundo.
El Gobierno necesita tranquilidad y
unidad para terminar su mandato de manera digna y poder remontar –lo que
más se pueda- en sus niveles de aprobación. El ejecutivo y sus apoyos políticos
necesitan certezas. Es la única manera de remontar el partido que va perdiendo.
Por ello, los ministros deben jugar su rol y nada más. En el actual escenario
todos saben que este gabinete tiene “fecha de vencimiento” y que está contaminado
por una lucha presidencial latente que no sólo contribuye a que el gobierno
siga cometiendo errores, sino también motiva a que otros Ministros se
involucren. ¿Cómo es posible que el Presidente no pueda ordenar la mesa y deba
navegar en un mar de incertidumbre?
En
tercer lugar, está el hecho de que
los presidenciables también requieren certezas y equipos. A la fecha han
levantado el dedo de manera tímida para decir “soy candidato”. Seguir en el
marasmo de la indefinición, cuando deben remontar muchos puntos, sólo los
debilita. Deben trabajar por su opción de manera tranquila, sin miedos ni
culpas. Para acortar distancia hay que apurar el paso. Competir con freno, no
tiene sentido.
Finalmente,
en cuarto lugar, surge la
posibilidad de participar de la campaña municipal como pre candidato. De lo
contrario, habrá que mirarla desde la ventana de la oficina ministerial y
ponerse un “parche en la boca”. Cómo un presidenciable se va perder esta
oportunidad de recorrer Chile haciendo campaña. Salir del gabinete después de
las municipales es un error político de proporciones.
Y
dadas las circunstancias por las cuáles deben comenzar a competir hoy de manera
transparente, ¿por qué, no lo hacen?
En primer lugar,
surge el hecho evidente de que hay dudas. Ellas tienen que ver con la manera de
relacionarse con el gobierno, con el mecanismo para elegir al abanderado, con
los contenidos programáticos, con los equipos a diseñar, con las posibilidades
reales de ganarle a Bachelet –o a la oposición- y con los tiempos del cronograma presidencial.
En
segundo lugar, están las
sensibilidades, lealtades y compromisos para no debilitar al gobierno. Como
candidatos deben definir la distancia que tendrán con el ejecutivo y su obra. Sin
embargo, deben entender que la competencia presidencial al interior del
gobierno genera más daños que si se diera desde afuera.
En
tercer lugar, surge la política del
espejo; es decir, moverse en función del otro. Hay dos posibilidades; que se
haga una salida programa y consensuada de los presidenciables o que uno de
ellos use el “factor sorpresa”.
En
el primer caso, hay dos alternativas; que se vayan “los tres” o “solo dos”. El
escenario de los tres fuera del gabinete no es prudente para la Udi ya que la
competencia entre Longueira y Golborne sólo generara tensiones y debilitara a
ambos. Surge, por tanto, la posibilidad de que salgan del gabinete dos
presidenciables –Allamand y Golborne o Longueira-. Esta fórmula también pasa
por una definición del gremialismo.
Y
finalmente, puede surgir el “factor sorpresa”. En este escenario uno debe salir
y comenzar su carrera presidencial sin avisarle a nadie. De un día para otro el
panorama cambiaria de manera radical. Al mismo tiempo, las tensiones
aumentarían fuertemente.
En
cuarto lugar surge el inmovilismo del
gremialismo por la tensión que genera la competencia latente entre Golborne y
Longueira. La directiva juega con el tiempo político y define como fecha tope
Enero del próximo año. Al mismo tiempo,
este inmovilismo presiona a Rn y su abanderado de que no den ningún paso en
falso que pueda dañar las confianzas. La advertencia ya la hicieron. Golborne
es un problema hoy para la Udi; no es tema de Rn.
Ha
llegado el momento de pasar de la competencia latente a la manifiesta. Ha
llegado el momento de las definiciones y las decisiones políticas. El tiempo se
agota; quedan 18 meses para las presidenciales, 12 meses para iniciar
formalmente e intensamente la campaña –con competidores concretos- y cinco
meses para las municipales.
La
indefinición los ha llevado a poner en marcha una operación política que busca
no sólo desestabilizar a Bachelet, sino
también ganar tiempo para esperar el devenir de los acontecimientos sin
atreverse a torcer la historia. Todo, finalmente, termina formando parte de la
política defensiva y confusa en la que cayó la derecha desde el primer día de
su tan esperado gobierno.