Octubre 2012
¿Hay crisis política en Chile?; ¿está
en crisis el modelo neoliberal?; ¿los ciudadanos
quieren más modelo o menos modelo?; ¿estamos ante un potencial estallido social
de proporciones y su consecuente quiebre institucional? son alguna de las
preguntas que han inundado el debate político y público durante –a lo menos- el
último año y que dan cuenta de una sensación de malestar que recorre Chile. Las respuestas se buscan desde todos los
ángulos y posiciones. Y como ocurre en la mayoría de las situaciones del país
no hay consenso.
Lo
primero que quiero destacar es que un escenario de crisis es muy distinto a lo
que se observa hoy. En efecto, si comparamos las coyunturas críticas de Chile a
lo largo de su historia con lo que ocurre hoy, resulta evidente constatar que
estamos lejos de un escenario de crisis –más aún, terminal-. Lo mismo si
hacemos el ejercicio en el plano internacional de ayer y hoy. Sólo pensemos en
Siria o en la situación griega. Más aún, estamos lejos de una coyuntura en la
que se conecta un escenario de crisis política con el de crisis económica; al
respecto, remitámonos a la crisis del ’82 en Chile.
Esta
afirmación, no obstante, no pretende desconocer que hoy estamos frente a una
situación política y social compleja; que, a su vez, requiere respuestas a
corto plazo. Me interesa, al contrario, entregar pistas que permitan comprender
lo que está pasando en el Chile de hoy.
Por
ello, me parece fundamental hacer la distinción entre “crisis de la política” y
“crisis
en la política”. Mientras la primera, forma parte de una situación
crítica de potencial quiebre institucional; la segunda, es una coyuntura que
incuba elementos y tensiones que generan las condiciones para transitar a una
crisis real.
En
el Chile de hoy, la “crisis en la
política” es triple: de representación, de participación y de legitimidad. La crisis del triple pack.
¿Cómo
se manifiesta cada dimensión de la “crisis en la política”?
En términos generales, la “crisis de
legitimidad” se expresa en el desprestigio y en la falta de confianza; la “crisis de participación” se manifiesta
en que la gente –los ciudadanos- no les interesa la política ni menos formar
parte de su institucionalidad y la “crisis
de representación” se expresa en que los políticos no tienen la capacidad
de representar e intermediar los intereses de grupos y de clase.
¿Por qué ocurre esta situación?; ¿qué
explica la crisis del triple pack? A mi entender la respuesta hay que buscarla
en la relación existente entre política y economía.
En
efecto, la explicación general se encuentra en la debilidad de la actividad política
frente al capital y la economía. Mientras por un lado el capital no tiene contrapeso
político ni social; por otro, la esfera de la política y su
institucionalidad se ha debilitado y doblegado frente al poder económico.
La debilidad de la política es la debilidad de los políticos; la debilidad del
Estado es la fortaleza del mercado; la apatía de los ciudadanos es la ansiedad
de los consumidores; la debilidad de los partidos es la hegemonía de la
empresa.
Este
hecho, ha conducido a que el proyecto
social y colectivo -que busca diseñar y construir un tipo concreto y
específico de sociedad- ha cambiado el
eje de su configuración; es decir, ya no se construye desde la política,
sino desde la economía, ya no desde el partido, sino desde la empresa, ya no
desde el Estado, sino desde el mercado, ya no desde la ideología, sino desde la
técnica, ya no desde la voluntad, sino desde la razón. En definitiva, el poder
ha cambiado de dueño.
En
el plano de la producción y el consumo tampoco hay crisis económica; lo que hay,
por tanto, es una “crisis en la economía”
que se expresa en una doble relación desigual: capital-trabajo por un lado; y
capital-consumidores por otro.
El
ciclo de movilización social que se abre el año pasado encuentra a Chile en la
encrucijada compleja que implica la crisis del triple pack y la doble relación
desigual en el plano de la economía.
La
coyuntura es la gran oportunidad para que la política y sus actores recuperen
–en alguna medida- su poder perdido y enajenado por el capital y la
especulación financiera. Este hecho, es la posibilidad para que la política y
los partidos vuelvan a re-encantar a los ciudadanos y a reducir las
desconfianzas. Es el momento para cerrar las heridas y las distancias.
Esta
encrucijada abre dos caminos: el de la reconciliación o el de la ruptura definitiva.
La oportunidad es única.