Enero-2013
En
la época en que la política, sus actores e instituciones han perdido poder
frente al avance del mercado, de la empresa, del capital y del marketing, los
ciudadanos han comenzado a distanciarse de las formas tradicionales de hacer
política y ejercitar el poder; es decir, le han dado la espalda al parlamento,
a los partidos y a los liderazgos que dichas instituciones encarnan. En rigor,
fue la política la que dio la espalda a los ciudadanos, a sus sueños y
demandas.
El
Estado se ha debilitado frente al mercado y a la tiranía de los precios. Del
mismo modo, los partidos al convertirse en agencias de empleo se han debilitado
frente al poder que las empresas manifiestan y tienen en la configuración del
orden actual. En efecto, el proyecto colectivo y las transformaciones sociales
necesarias –según la fase política en cuestión- ya no son posibles –ni
realizable- desde el Estado ni desde la política institucional de la democracia.
Al contrario, es la empresa y su aparato
publicitario el lugar desde donde se diseña el futuro y las sociedades. Es
el mercado, -que nunca es neutro- en definitiva, la instancia desde donde se
construye el proyecto colectivo.
Las
encuestas –“que no son tiranas”- dan cuenta de este fenómeno desde principios
de los noventa. Desde entonces comienza a incubarse cierto malestar que ha reventado
hace un par de años y que ha vuelto a manifestarse en una alta abstención
electoral en las pasadas municipales. En definitiva, los ciudadanos no creen y desconfían de sus representantes y sus
clásicas instituciones. Han comenzado a indignarse y a movilizarse.
Entonces,
si la política institucional está debilitada, son los ciudadanos y sus iniciativas los que se ven obligados a
recuperar su cuota de poder que en algún momento transfirieron para
conformar la voluntad general.
En
este escenario, son diversas las formas que los ciudadanos tienen para hacer
sentir sus demandas. Las calles y la no participación electoral son las que han
dominado en el último tiempo. Y me pregunto
¿hay otras?
La
respuesta es positiva. Quiero poner atención en una; que tiene un potencial que
pocos imaginan y que muchos no estarán dispuestos a usar como forma de lucha. Me refiero al reciclaje y al trueque.
No
se trata de juntar vidrio con vidrio, plástico con plástico y lata con lata. Es
más profundo, complejo y comprometido. Del mismo modo, tampoco tiene que ver
–directamente- con el medio ambiente y con la basura. Reciclar, implica, en
rigor que los objetos en uso no sólo vuelvan al “ciclo del uso-consumo”, sino también
se consuman más tiempo de lo que habitualmente se hace. Hay que transformar el reciclaje en un arma política; en un arma para
trasformar y empoderar a los ciudadanos.
Veamos.
Hacia finales del siglo XIX el capitalismo de producción se transforma -como
una manera de sobrevivir- en capitalismo de consumo. La producción se comenzó no
sólo a orientar a las élites -consumo elitista-, sino también a las nuevas
clases emergentes -consumo masivo-. Desde
entonces, el mundo capitalista se inundó de mercancías de todo tipo y para
todos los bolsillos. En ese marco, comienza el desenfreno por el desarrollo
y el crecimiento. Para superar la pobreza y desarrollarse había que crecer;
mientras más rápido y prolongado se hiciera, sería mejor. Es lo mismo que dicen
hoy.
No
es casualidad, por tanto, que estemos llenos de productos y servicios. Es más,
somos de manera permanente seducidos por la imagen y la promesa mercantil de
que por medio de los objetos y su consumo mejorará nuestra calidad de vida.
Incluso, son dicen que son la vía para la felicidad. De hecho, Coca Cola
Company lo repite hace décadas. Hoy lo hace el retail local cuando “abc Din”
nos dice que “tengo derecho a ser feliz”.
En
esta lógica el mercado y sus empresas trasladan la plaza pública al mall y
transforman la participación social y política en participación consumista. Si
no consumo, no existo. De este modo, el consumidor emerge como el actor
fundamental de la historia –neoliberal-. El ciudadano ha sido doblegado y
relegado a lugares secundarios.
Hoy,
ha vuelto a levantarse y a luchar por recuperar su sitial en la historia. El
ciudadano está indignado. La asimetría capital-consumo y capital-trabajo ha
colmado la paciencia.
No hay que olvidar el contexto de este
re-nacer ciudadano. En la mayoría de los casos es un
sujeto anclado y preso del consumo y sus deudas asociadas. Es un ciudadano
rodeado y abrumado por millones de objetos de consumo. Es más, es interpelado a
consumir y a seguir comparando objetos.
Y al mismo tiempo a trabajar para pagar sus consumos.
La
producción -es decir, las empresas-, por tanto, para no caer en “crisis de
stock” no pueden dejar de producir. Aquí
está la clave. El capitalismo no puede dejar de producir autos,
televisores, electrodomésticos, ropa –para eso invento la moda-, tecnología y
todas las mercancías que circulan en el bazar mundial. Las mercancías deben
circular de modo recurrente; por tanto, deben ser vendidas y consumidas. Si
este ciclo se quiebra, el orden económico vigente colapsa. ¿Acaso, no genera
temor mundial una baja en el crecimiento-producción de China?
Para
seguir produciendo hay que ampliar la demanda de modo incesante. Hay que abrir
mercados y nichos. Hay que masificar el consumo. ¿Es posible entender la
tensión occidente-oriente desde la perspectiva del consumo y de la penetración
de los mercados?; acaso, ¿este hecho no explica la globalización?; acaso, ¿este
hecho no explica la necesidad de tener energía –y ojala, barata?
Este
es, por tanto, el contexto del re-nacer ciudadano. Este nuevo ciudadano, debe,
en primer lugar, dominar su lado consumista y despertar su lado político. Esta
en sus manos decidir si quieren más modelo o menos modelo; si quieren una
sociedad consumista y materialista o una sociedad solidaria y justa; si
quieren, vivir para trabajar o trabajar para vivir; si quieren, destruir el
medio ambiente o disfrutar el medio ambiente; o, si quieren ser felices desde
el consumo y sus objetos o ser felices desde la emoción.
Si
el ciudadano esta enajenado del poder político y doblegado por el capital y su
aparato publicitario, debe –si le interesa- romper esta lógica y pasar a la
ofensiva; y ello, implica atacar donde más le duele al sistema económico
vigente: en el consumo; en la demanda.
Entonces,
¿qué pasaría si decidieran no comprar ni
consumir más de lo necesario?; ¿qué pasaría, si los consumidores de los
países desarrollados no cambiaran sus autos o sus televisores cada dos años?; ¿qué
pasaría, si los ideólogos de la moda y el glamour no inventaran ropa y diseños
a cada rato? ¿Qué pasaría, si no cambiáramos el celular cada año o en vez de
usar el auto –y consumir combustible fósil- usamos al bicicleta?; ¿qué pasaría,
si comemos menos grasa y azúcar?, ¿qué pasaría si en navidad comparamos menos?,
¿qué pasaría, si no viéramos la televisión de hoy –dominada por la estupidez- y
compramos menos televisores?; ¿qué pasaría, si no nos dejáramos seducir por la
ideología tecnológica que deja todo obsoleto en un par de meses?; ¿qué pasaría,
si no compramos más objetos producidos en condiciones de esclavitud como lo
hacen las grandes marcas de la globalización?; ¿qué pasaría, si cada vez
creyéramos menos en el poder de las marcas y su engaño permanente?; ¿qué
pasaría, si creyéramos en que “otro mundo es posible? En fin, los ejemplos se
pueden multiplicar.
Parar
el modelo, por tanto, depende de reducir la demanda y comprar menos. Esto, sí
le duele a la dominación económica vigente. En ese escenario, obviamente,
emergería una crisis. La crisis política no se haría esperar y los vientos de
cambio estarían más cerca que hoy.
Hay
que reciclar y cambiar mercancías. Para
este giro y estrategia de poder se necesita, en primer lugar, un cambio
cultural profundo que fomente y legitime el reciclaje. Reciclar es la clave
para crear una sociedad sustentable y más justa. No necesitamos cambiar autos,
televisores ni computadores cada dos o tres años; tampoco, los pantalones ni
los muebles. Necesitamos, menos mercancías y más solidaridad. Reciclar es la
tarea. No más cultura del desecho.
En
definitiva, hay que transitar de la “libertad de elegir” hacia la “libertad de
decidir”. Lamentablemente, estoy seguro de que muchos indignados no están
dispuestos. Y muchos otros, tampoco se bajarán de la 4*4 ni para ir al
supermercado.
En
una época en que el socialismo se ha debilitado, el Estado de bienestar está en
crisis y la política derrotada por la economía, se puede seguir la lucha desde
el reciclaje. Qué cada uno decida.