Abril-2013
El
debate en torno al “modelo de desarrollo” vigente en el Chile de hoy es el eje
central de las discusiones electorales de la coyuntura. Sus virtudes, sus
beneficios, sus males, sus problemas, sus efectos y sus proyecciones se han
convertido en las claves conceptuales, ideológicas y políticas para entender la
dinámica no sólo presidencial, sino también de lo que va ocurrir en el próximo gobierno. Más modelo, menos
modelo, tipo de modelo, otro modelo, etc, es lo que está en juego en la
elección de Noviembre.
El
gobierno cívico-militar de Pinochet fue, sin duda, revolucionario.
Curiosamente, la revolución no la hicieron los marxistas de la UP; al
contrario, fueron las fuerzas conservadoras las que hicieron la “revolución en
Chile”. No hubo revolución socialista ni comunista; hubo “revolución neoliberal”. No
hubo dictadura de izquierda; hubo dictadura de derecha. Es más, no fueron las
fuerzas populares lideradas por Allende las que asaltaron y tomaron el Estado
por las armas y el miedo; fueron los herederos de la derecha actual los que
jugaron ese rol.
Las
fuerzas que tomaron el control de Estado transformaron Chile de manera
revolucionaria. Su idea central era “refundar
el país”; es decir, había que refundar el Estado, la política, la economía
y la subjetividad. Era la gran oportunidad.
Así, lo hicieron. De ese modo, por tanto, pusieron en marcha un modelo de sociedad que se regía por la lógica del
capital y el mercado.
La
“revolución neoliberal” se expresó en un modelo de desarrollo que no
tuvo resistencia para su ejecución e implementación. Este hecho es relevante,
por cuanto, da cuenta de que ese modelo
no se construyó de manera colectiva ni deliberativa. De hecho, se construyó
en una dictadura. Fue, por tanto, la imposición
de un tipo de sociedad por parte de un grupo a otro grupo del país. Desde
este punto de vista, el modelo en su conjunto no tiene legitimidad de origen.
Más aún, hay que agregar el hecho de que esa puesta en marcha del modelo se
hizo en el contexto y sobre la base de una intensa represión política. Doble
ilegitimidad.
Un
modelo que en lo político buscaba una democracia protegida y limitada, en lo
cultural una subjetividad conservadora y en lo económico la más plena
liberalización de los mercados y los precios. Este modelo de desarrollo socio-político
regía el país a principios de los noventa cuando la Concertación de Partidos
por la Democracia asumió el gobierno. La
emergencia y consolidación de la democracia abrió una fase en la que la
construcción del tipo de sociedad que se quiere para Chile se comienza a
realizar de manera colectiva y deliberativa; aún cuando, persistan los
“enclaves autoritarios” que limitan y dificultaban la posibilidad de cambiar el
modelo.
En
el contexto del debate democrático, el modelo comienza lentamente –y en “la medida de lo posible”- a recibir
presiones y demandas que ya no se pueden anular por medio de la violencia
política. Este hecho, determina que el “modelo heredado” vaya acumulando
fisuras y tensiones que irán generando condiciones para legitimar los ajustes
que se le hicieron durante esos años. Sin duda, el modelo de Marzo del noventa
no es el mismo que el de Marzo del 2010. En efecto, en el plano político hay avances democratizadores cuyo hito son las
reformas constitucionales del 2005, en
lo cultural la fuerza de los hechos se ha ido imponiendo una agenda
valórica anti conservadora y en lo
económico no sólo han aumentado las regulaciones, sino también se ha ido re-valorizando
el rol del Estado.
El
gran cambio –en función del sistema de gobierno- fue el paso de un modelo que se construyó como imposición a un modelo que
se construye y define desde la deliberación colectiva –aún cuando, existan
limitaciones y demandas insatisfechas-. Si bien, el modelo sufre alteraciones
durante los años de la Concertación en lo sustancial, se ha mantenido
inalterable. Su lógica de exclusión y de alta concentración ha generado en el
tiempo altos niveles de desigualdad y descontento. En efecto, su énfasis en el
crecimiento ha mostrado ser ineficiente para producir una sociedad más
inclusiva que genere niveles aceptables de legitimidad política e
institucional.
La
movilización social-ciudadana del 2011 es, sin duda, el punto de inflexión en el modelo tal como se venía manifestando hasta
ese momento. Desde esa coyuntura se generaron las condiciones para que las
fuerzas opositoras –las sociales y las políticas- al gobierno de Piñera
comenzaran a poner en jaque con fuerza y “sin miedo” la esencia y los pilares
fundamentales del modelo que se había fundado en los albores de la dictadura
pinochetista. Se abre, por tanto, desde el 2011 una fase socio-política que
busca terminar con los “enclaves neoliberales”.
Este
escenario se consolida durante el 2012 y se convierte en un eje fundamental y
rector de la actual competencia electoral por La Moneda. En efecto, nueva
Constitución, nacionalización de los recursos naturales –principalmente, agua y
litio-, nuevo código laboral, AFP
estatal, aumento de las regulaciones a los mercados, educación y salud como
derecho humano de rango constitucional, agenda valórica, fin al binominal,
sistema proporcional, reforma tributaria, Estado protector, producción y
desarrollo sustentable, etc, son las principales demandas que ponen en jaque el
“modelo neoliberal” que se instaló en Chile hace cuatro décadas.
No
más “ajustes” ya que hay que hacer “reformas estructurales profundas y de fondo”
es algo que inquieta a la derecha local. En efecto, el oficialismo reacciona
con alarma y preocupación frente a estas demandas y presiones. La derrota en
las municipales de Octubre, los relatos que circulan y los altos niveles de
aprobación de Bachelet son los indicadores de que no sólo hay que defender la
obra de Piñera, sino también el modelo. Por ello, ponen en marcha –de manera
corporativa, disciplinada y cohesionada- estrategias que no sólo buscan
defender el modelo –sobre la base de una apología optimista-, sino también
proyectarlo como la mejor forma –“el
mejor modelo”- para impulsar el desarrollo y reducir la pobreza. Los
resultados económicos del gobierno, las crisis de los socialismos reales y hoy
la crisis del Estado de bienestar son la mejor forma de mostrar las virtudes y
bondades del modelo.
Pero,
ha llegado el momento en que el “modelo” ha pasado al banquillo de los
acusados. Por primera vez, en cuarenta
años, el país asiste a un debate político y público en torno al tipo de
sociedad que se quiere para Chile. Ha llegado el momento en que la sociedad
y los ciudadanos de manera deliberativa en el contexto de una democracia deben
definir el “tipo de desarrollo” que quieren para el país. El debate
presidencial es la instancia para que cada actor ponga sus cartas en la mesa y
diga qué “tipo de sociedad” quiere para el país.
El
modelo ya no puede seguir siendo subsidiado por el poder y sus instituciones.
En un principio fueron las armas; y luego, la necesidad de estabilizar la
democracia y las comodidades de las élites lo que mantuvo inalterable sus
lógicas de dominación, exclusión y abuso. Hoy, es el momento en que el país
debate –en el contexto de la presidencial- sobre el “modelo de desarrollo”
futuro para Chile. Llegó la hora de los ciudadanos y de los electores.
La
democracia debe mostrar sus fuerzas y potencialidades al ser la instancia en la
que se construye en un dialogo político y social el tipo de sociedad que sus
habitantes y ciudadanos quieren para su país.
En Chile, por tanto, el debate que se abre en torno al modelo tiene que
ver con el tipo de capitalismo que se instalará en el país para los próximos veinte
o treinta años. Este es, el dilema y el fondo que está detrás de los relatos
presidenciales que compiten hoy por La Moneda. Igual que ayer, el “gatopardismo” se asoma.