Mayo-2013
La
“agenda política” del gobierno de
Piñera ha llegado a su fin. Lo realizado y lo que pretende materializar de aquí
hasta el fin de su mandato da cuenta de los
límites que dicho programa tiene.
Si bien, en el programa
presidencial del gobierno hay luces de lo que pretenden hacer en términos de
reformas políticas, se observa en el discurso
presidencial del 2010 el primer diseño de la “agenda democrática” que pretenden impulsar. Esa hoja de ruta se configura a partir de nueve medidas: inscripción automática y voto
voluntario, voto de los chilenos en el extranjero, elección popular de los
Consejeros Regionales, cambio de fecha de las elecciones presidenciales y
parlamentarias, ley de partidos políticos, primarias, iniciativa popular de
ley, plebiscitos comunales y ley de
lobby y probidad.
En estos años el gobierno ha ido implementando su programa
político. Ha hecho, lo que planificó. Ni más ni menos. No obstante, hay –a la
fecha- un déficit superior al 50%.
De
las nueve medidas “prometidas” sólo cuatro se han convertido en ley. El propio
Piñera, en su último discurso da cuenta de lo anterior: “nuestro gobierno ha llevado a cabo reformas estructurales… aprobamos la
inscripción automática y el voto voluntario… creamos un sistema de primarias…
hace unos días, ingresamos… una reforma… a los partidos políticos… Seguiremos impulsando
el voto de los chilenos en el extranjero… Quiero pedir a este Congreso la pronta
aprobación de las leyes que hemos presentado para mejorar la transparencia,
regular el lobby y perfeccionar la ley sobre probidad pública… Quiero agradecer
a este Congreso la aprobación del proyecto que estableció la elección directa
por los ciudadanos de los Consejeros Regionales”.
El último discurso presidencial
fue, sin duda, de despedida. No sólo mostro lo que ha hecho en cifras –lo que
le fascina y seduce-, sino también lo que queda por hacer en estos últimos
meses. El programa político de su gestión también debe entenderse en esa
lógica; es decir, en reformas políticas
no hay nada más que esperar. La “agenda
democrática” ha llegado a su fin. El ciclo ha sido cerrado. La estructura del poder sigue inalterada.
Al evaluar la dimensión política
de la gestión Piñera –en términos de las reformas que impulsa- hay que tener muy claro los objetivos que se
impuso desde el primer momento. Por ello, no se le puede medir ni evaluar por
lo que no se comprometió. Si, no hay mayores avances es porque a) se ajusto a lo que dijo que haría
hace cuatro años, b) no tuvo la
habilidad política ni el espacio político para impulsar las demandas por más y
mejor democracia y c) en su visión
ideológica la política no sólo está sub-ordinada al desarrollo, sino también a
su servicio. Simplemente, el binominal, el financiamiento de la política, una
asamblea constituyente, la elección directa de los Intendentes, etc. no están
en su ADN.
Si bien el programa político del gobierno está
agotado y ha llegado a su fin, se hace necesario entender la dinámica de las reformas políticas ocurridas
en Chile durante los últimos 25 años. Hay que contextualizarlas en un ciclo
político largo. En efecto, el proceso político desde 1990 puede
entenderse como una lenta marcha hacia la consolidación y la profundización
democrática. En definitiva, una larga lucha por terminar con los “enclaves
autoritarios”.
Ha
pasado un cuarto de siglo y el avance ha sido lento y limitado. En el gobierno
de Aylwin el objetivo político se
vinculaba –preferentemente- con la estabilización del proceso democrático en el
que el tema de los derechos humanos y la pacificación social era crucial. La
democratización de los municipios es un hito en este proceso. Con Frei, se observa una total ausencia de
reformas políticas. En el gobierno de Lagos
encontramos las reformas constitucionales del 2005 como la gran reforma
política no sólo de su gestión, sino también de lo que la Concertación había
hecho en 15 años. Finalmente, con Bachelet
nuevamente el sistema político se estanca al no registrarse ninguna reforma
política.
En veinte años de gobiernos
concertacionistas las reformas políticas brillan por su ausencia.
Sin duda, lo más relevante es lo que hace Lagos al finalizar su gestión. En ese
sentido, la eliminación de los senadores designados, la eliminación del poder
deliberante del Consejo de Seguridad Nacional y la inamovilidad de los mandos militares,
son cambios muy relevantes para la configuración del poder.
Este
vació de reformas políticas no debe llevarnos a pensar que no hubo intentos por
hacer cambios, sobre todo, a nivel del sistema electoral. Pero, lo sustancial
es que en veinte años en el sistema político no hubo avances y se incubo una
crisis triple: participación,
representación y legitimidad.
Luego
de veinte años de gobiernos concertacionistas, llega al gobierno Piñera. Se abre un nuevo
ciclo político y social en el que los ciudadanos serán los protagonistas. Para
el nuevo gobierno la democracia está “enferma
y debe ser perfeccionada”. En consecuencia y como una forma de “vitalizar y rejuvenecer” nuestra
democracia plantea y ejecuta su “agenda
política” de nueve medidas.
La
implementación de su “agenda democrática”
es lo que hemos visto en estos tres años de gobierno. De esas reformas, la
inscripción automática y el voto voluntario y la elección directa de los CORES es
lo más relevante. Sin considerar la reforma constitucional de Lagos, lo más
relevante en 25 años.
La
movilización social-ciudadana –que se abre en Enero del 2011- y el
fortalecimiento de la sociedad civil –“ciudadanos empoderados”- ha puesto las
presiones y ha generado las condiciones para que el país haya entrado a una dinámica de reformas
políticas que conducen –inexorablemente- a un tipo distinto de democracia.
De
algún modo, el gobierno de Piñera y el próximo –que se inaugura en marzo del
2014- se pueden interpretar como una transición
política que marca el paso de una democracia protegida y limitada a una
democracia participativa y
colaborativa con niveles superiores de participación, legitimidad y
representatividad. Una segunda transición; mientras la primera, es el paso del
autoritarismo a la “democracia protegida”;
esta segunda -y que está en pleno despliegue- marca el paso de una “democracia restringida” a una democracia
participativa e inclusiva en la que, básicamente, no hay subsidio político.
La
relevancia del programa político de Piñera no se encuentra, por tanto, en las
medidas que implementa. De hecho, la importancia de la “agenda democrática” tiene que ver con que se inserta en un ciclo
político nuevo que tiene como principal demanda reformas políticas que hagan
posible que la soberanía vuelve a los ciudadanos; y de ese modo, se construya
un sistema político en el que los actores sociales y políticos compitan en
igualdad de condiciones por “hacer realidad” sus proyectos de país.
Cambiar
el sistema electoral, modificar la constitución y financiar la política pública
son las reformas claves –y las que están en la agenda- para terminar con la segunda transición política: la que nos conduce de la democracia
protegida a la democracia sin subsidio.
Ese
camino –que lleva 25 años y que faltan cuatro más- será un hecho no sólo cuando
en la próxima administración se aprueban las reformas políticas pendientes,
sino también cuando se elija el parlamento del 2018. Hoy, solo hay que esperar
y generar las condiciones políticas y articular las voluntades para hacerlas
realidad. Cada día tiene su afán; y cada ciclo sus objetivos.