Julio-2013
Desde
hace varios años se viene hablando de que en el Chile hay una “crisis de representación”. Esta, a su
vez, se habría incubado durante los veinte años en que gobernó la Concertación.
Finalmente, es en el gobierno de Píñera cuando no sólo se hace evidente y se
transforma –junto a otras variables- en un “hecho potencialmente crítico”, sino
también se convierte en un problema que
debilita la democracia, su legitimidad y la participación político-electoral.
La voz de la calle es la manifestación más palpable de que algo no anda bien en
el sistema político chileno.
Que
los políticos son “corruptos, “mentirosos”, “ladrones” y sólo interesados en sus “agendas” son adjetivos que dan cuenta de lo dañada que esta la relación entre el ciudadano y sus representantes.
La distancia con la política, el desprestigio de sus actores e instituciones
son indicadores que muestran la “crisis de representación” que se ha instalado
en el Chile de hoy. “No voto porque
ninguno me interpreta, ninguno me gusta y/o a ninguno le creo” es una
afirmación que se viene escuchando desde hace algunos años y que en estas
primarias volvieron a surgir; y,
volverán a emerger en noviembre. Cuántas veces hemos escuchado que la política
es “cochina”.
Entonces,
¿qué explica este hecho y qué efectos
puede tener a mediano y largo plazo para la democracia chilena? Para
entender esta problemática y ponderar sus raíces y proyecciones conviene
empezar por saber: ¿qué se entiende por
representación?
A
modo de introducción teórica –muy breve, por cierto-, hay que destacar que la teoría de la representación es la base
conceptual, ideológica y política sobre la que se construye todo el edificio de
la modernidad democrática de Occidente desde el siglo XVII. Es, en definitiva,
el referente teórico-político que funda el orden moderno: capitalista,
democrático y liberal. Hoy, todas las democracias existentes son sistemas de
representación.
Diré,
por tanto, que representar significa “estar
presente en lugar de otra persona en beneficio de sus intereses”. Hay tres
modos de entender esta afirmación: desde lo jurídico, lo político y lo
sociológico. En el plano jurídico-político, se manifiesta y expresa no sólo en
que una persona –el representante- “habla
y actúa en lugar de otro” –el representado-, sino también que ese actuar y
hablar se hace no sólo en beneficio de este último, sino también con su
consentimientos y “mandato”. Esto
ocurre en la representación legal –el abogado- y en la representación política
–los gobernantes-.
Pero,
hay un tercer elemento de carácter sociológico que se refiere a que la relación
de representación se funda en que hay semejanzas –aun cuando sean mínimas-
entre el representante y el representado; sobre todo, cuando hay “trasferencia de poder” de uno a otro.
Vemos,
por tanto, que la representación es una relación social y de poder que se funda
en la confianza que deposita “una persona en otra” para que “represente” sus intereses y demandas
frente a otros intereses y demandas. En el plano de la política democrática el “representante”
es elegido y/o seleccionado por el “representado”
en un proceso electoral que tiene en el voto su elemento fundacional.
En
consecuencia, cuando hablamos de “crisis
de representación” nos estamos refiriendo al vínculo debilitado y dañado que existe entre el “representante” y el
“representado”. Podemos afirmar, por tanto, que este desencantamiento –o
distancia- se manifiesta, en primer lugar, como desconfianza y falta de
credibilidad.
¿Qué explica y produce la crisis de
representación en el Chile de hoy?
A
modo de hipótesis preliminar, se puede afirmar que este hecho se explica por la
tensión y el desfase existente entre el
modelo político de representación democrática y la demanda ciudadana.
El
“asalto al poder” de los militares en
1973 implico el quiebre de la representación existente hasta ese momento. Desde entonces no hubo representación política.
Sin embargo, la dictadura cívico-militar puso en marcha un dispositivo
institucional que definía un tipo de representación: la representación neoliberal.
Desde
que se puso en marcha el proceso de la re-democratización en octubre del ’88,
se fue construyendo un modelo político que fue lentamente -muy lentamente si se quiere- avanzando hacia una democracia representativa liberal. De
este modo, la democracia pactada y
protegida -que fue el marco constitucional en el que se realizó y realiza la política- fue sometida a “cirugías
parciales” que terminaron por crear un híbrido que quedaba a medio camino entre la democracia neoliberal –binominal
incluido- y la democracia representativa liberal.
Mientras,
por un lado, el “modelo político híbrido”
se estancaba y comenzaba a generar las condiciones políticas para la emergencia
de una crisis en la representación; por otro, hace posible la reproducción sin
contrapeso político del modelo neoliberal
de producción y consumo instalado en
Chile hacia mediados de los setenta. En este escenario, la política quedaba
subordinada a la economía. La política, por tanto, no podía –ni puede- entorpecer
ni limitar la libre expansión de los negocios y el desarrollo.
Al
mismo tiempo en que se manifestaba un modelo político y económico, se
desarrollaba un modelo social y cultural
que comenzaba a dejar atrás la época de la dictadura y del Chile post
autoritario. En este proceso es muy relevante el surgimiento de nuevas generaciones no sólo porque se trata de “individuos”
que no están atados al pasado, a sus divisiones y traumas, sino también porque
son los hijos de la globalización, del despertar tecnológico y de la ciudadanía
sin poder.
En
consecuencia, las presiones neoliberales por el desarrollo y emergencia de una
cultura global generan las bases y las condiciones para el surgimiento de un
nuevo Chile. En este escenario, las demandas se multiplican: más poder
–política-, más libertad –cultura- y más igualdad –economía-.
Esta
triple demanda entra en tensión con
el sistema político en general y con el sistema de representación en
particular. Se produce, por tanto, una distancia cada vez más amplia entre
política y sociedad. En este contexto,
la política -sus actores e instituciones- no tiene la capacidad –política- de
dar respuestas a estas presiones, demandas y exigencias.
De este modo, “los representantes” no
pueden satisfacer la demanda de “los representados”.
Comienza, en consecuencia, el desinterés, la distancia, el desprestigio, la
desconfianza, la rabia, la desesperanza y los “encapuchados”. Por tanto, se ha
incubado y consolidado una crisis en la representación; es decir, en el núcleo
central de la democracia.
Esta
tensión hace crisis y se comienza a manifestar como protesta y movilización
social justo cuando se aprueban las reformas constitucionales del 2005 y
comienza la gestión de Bachelet en marzo del 2006. Desde entonces –sobre todo,
con Piñera- la clase política ha puesto en marcha una agenda de
transformaciones políticas que tienen por finalidad fortalecer la democracia
representativa y liberal y dejar atrás la “democracia protegida”; y, de ese
modo, reconstruir la relación entre “el representante” y “el representado”: ¿será posible que el desinterés se
transforme en interés, que la distancia en cercanía, el desprestigio en
prestigio y la desconfianza en confianza?
La
respuesta es no. ¿Por qué? Principalmente,
debido a que la élite sólo ha puesto atención en la participación y piensa que
cambiando el binominal –lo que me parece urgente- va resolver la actual crisis
de representación. El problema es más complejo. El problema es global y local.
El problema es teórico y político.
Ya
vimos que la “crisis de representación” es resultado de un desfase entre
política y sociedad; es decir, consecuencia de la incapacidad que tiene el
sistema de representación de resolver las demanda social –de “representarla” y
satisfacerla-.
¿Qué explica esta incapacidad?
Si
bien, la crisis de representación es la crisis de la democracia representativa
a nivel global, voy a intentar una respuesta que tiene como referente temporal
y práctico lo que ocurre en Chile. En esa dirección, hay tres tipos de
variables explicativas: las de contexto, las relacionadas con los
“representados” y las vinculadas con los “representantes”.
I. Las variables de contexto que explica el desfase
entre la demanda ciudadana y la capacidad de respuesta de la democracia
representativa se relacionan con tres aspectos:
a) que en el
Chile de hoy el poder no está en los políticos, en los partidos ni en el
parlamento;
b) que la
ideología neoliberal genera un ciudadano debilitado en lo político; que orienta
sus acciones hacia el trabajo, el mercado y el consumo. En ese cuadro, el
ciudadano “debe ser” trabajador y
consumidor. La sociedad de consumo necesita
ciudadanos pasivos –“despolitizados”- y consumidores activos, hedonistas y
narcisos. No hay tiempo ni espacio para la “política pública”.
c) la democracia
representativa cada vez es más
impracticable. Lentamente va perdiendo legitimidad. Esto, se debe principalmente
a que el mecanismo de la voluntad general no sólo es un “mentira ideológica”,
sino también es un artefacto institucional cada vez más ineficiente. ¿Quién
dijo que el acto de “trasferencia de soberanía” que funda el Estado Moderno es
un acto voluntario y consentido?
Es
más, ¿la representación es individual o corporativa? De hecho, la representación
es ciudadana y no corporativa debido a que el acto de votar es particular y no
global. La democracia representativa para resolver este problema ha convertido
el parlamento en el lugar en el que se definen y cuidan los intereses generales
y nacionales.
II. Las
variables vinculadas al elector-representado
contribuyen a la crisis en la representación desde dos perspectivas:
a) que el
poder democrático se ha limitado a la elección
de los representantes. La democracia representativa ha centrado su
legitimidad en el acto de votar por medio del cual se elige un gobierno y/o un
parlamento. Terminado el acto electoral –nuestro “orgullo cívico”- se acaba la
participación. Elegimos, por tanto, un presidente y un diputado cada cuatro
años, un senador cada ocho años y un alcalde y concejales cada cuatro años. Una democracia mínima. Lo único que se
puede hacer es elegir. Y más aún, lo hacemos poco. No hay participación ni
deliberación: ¿qué posibilidades tiene el ciudadano de participar e incidir en
los contenidos de la agenda política y legislativa?
b) Los
electores –en gran número- están orientados
al espacio privado –sus propias vidas- y alejado del espacio público. Este
hecho no sólo responde a una cuestión ideológica, sino también a la comodidad,
a la flojera intelectual y la escasa capacidad de análisis y crítica. De este
modo, la democracia representativa es cada vez más de opinión que de ideas.
III. Las
variables relacionadas con el elegido-representante
contribuyen a la crisis de representación de cuatro maneras:
a) Una vez
elegido el representante no tiene ninguna obligación de responder la demanda
del que lo eligió. De este modo, el representado queda huérfano y aislado.
b) Los
representantes a lo largo de la historia y en todas las democracias han sido sorprendidos
en actos de corrupción. Eso, sin
duda, ha ido erosionando la imagen de la democracia, sus actores e instituciones.
c) La cantidad
de problemas que hay que resolver
son complejos y abundantes. Esto,
genera la imagen de un parlamento lento e ineficiente.
d) Las disputas políticas que ocurren al
interior del parlamento no siempre son entendidas por el elector medio. Estas
rencillas terminan contribuyendo a fomentar el desprestigio.
¿La democracia representativa en el
Chile de hoy?
La
crisis de representación del Chile de hoy debe ser entendía en el contexto de
la crisis de la democracia representativa liberal. El movimiento de los “indignados”
con el relato de “democracia ahora”
es una crítica a la representación política. De este modo, ha comenzado desde
abajo un movimiento social y ciudadano que tiene como orientación general
–difusa en sus primeros momentos- recuperar el poder soberano de los habitantes
del planeta que alguna vez fue “trasferido
a otro” –al representante- en nombre del bien común.
Los
ciudadanos del mundo y de Chile quieren “recuperar su soberanía”; no sólo
quieren poder para elegir, es decir, participar de la “forma democrática”, sino también quieren participar del “contenido democrático”. Por ello, la
élite ha comenzado a hablar de “ciudadanos empoderados” y que cada vez va ser
más complejo gobernar.
En
este contexto, por tanto, han puesto en marcha un conjunto de reformas
políticas –una aprobadas, otras no- con el fin de responder a la crisis de
representación y sus efectos sobre la participación y legitimidad. Leyes
pro-participación, inscripción automática, voto voluntario, primarias y cores
son algunas medidas que se han impulsado. A mi entender, es una batería de reformas orientada a la
participación; por lo que, no resuelven los problemas basales de la
democracia chilena. Plebiscitos vinculantes a nivel nacional, iniciativa
popular de ley, mandatos revocatorios, lobby, financiamiento de la política, etc.
son algunas de las reformas que están en estado latente y que esperan ser
aprobadas con el fin de solucionar la crisis “en la” política del Chile de hoy. En definitiva, son reformas que
buscan re-legitimar la democracia representativa clásica y liberal.
Y
en este contexto, ¿hay relación entre la
crisis de representación y el binominal?; ¿es el binominal una variable que
ha contribuido a la crisis de representación en el plano local?; ¿modificar y/o
reemplazar el binominal resuelve la crisis?
Lo
primero, es que “representación” no es lo mismo que “representatividad”. El
binominal al distorsionar la representatividad debido a que con el 33% de los
votos se controla el 50% del parlamento, produce un “empate perpetuo” que lentamente ha ido debilitando el potencial
democrático. De este modo, la falta de representatividad del sistema electoral se
expresa en que el voto es desigual; es decir, no tiene el mismo valor político
para todos y cada uno de los ciudadanos.
En
consecuencia, la “reforma binominal” contribuirá
sólo a mejorar la representatividad
de los ciudadanos en el parlamento. Pretender, resolver la crisis de
representación por medio de un sistema electoral más inclusivo no sólo es un
error teórico y político, sino también un autoengaño.
¿Podrá, el sistema electoral –que reemplace al binominal- reconstituir
el vínculo debilitado y dañado que existe hoy entre el “representante” y el “representado”?;
¿podrá revertirse el desprestigio de la política y sus instituciones?
Si
volvemos a las nueve variables –agrupadas en tres esferas- que explican la crisis de representación,
observamos –con sorpresa y desilusión- que el binominal no tiene la capacidad
de resolver ninguna. Si, ninguna. En efecto, el “binominal mayoritario” o el “bipartidismo
de pacto” no es el dispositivo adecuado para resolver en sentido estricto los
problemas del sistema político chileno. No obstante, implica –de todos modos-
un estímulo muy significativo para la calidad de la democracia.
Los
problemas y las debilidades de la democracia son complejos y múltiples. Para
salvar el escenario de crisis hay que responder una pregunta fundamental: ¿cómo se le “devuelve” poder-soberanía al
ciudadano y sus organizaciones?
Hay
mucho por hacer y proponer. Lo relevante, es que se ha instalado la coyuntura y
el espacio político para impulsar y fortalecer la democracia; y, transitar de la democracia representativa –llena
de contradicciones, desilusión y fracasos- a la democracia ciudadana. En
ese camino, tenemos no sólo que re-pensar y re-valorizar la democracia directa,
sino también volver a practicarla -aunque, hoy seamos muchos-.