Julio 2013
El proceso que
condujo a la nominación de Matthei como abanderada presidencial del gremialismo
tiene como una de sus consecuencias más significativas haber sacado del baúl de
los recuerdos hechos ocurridos en el
pasado y que dan cuenta de las profundas diferencias y conflictos que hay en el
sector. Esto, no ocurría desde el 2006 cuando Piñera mostraba reales
posibilidades de llegar a La Moneda.
De hecho, todos los
actores de la política –políticos, partidos, medios y analistas- han comparado
esta “crisis” de la derecha con los hitos
clásicos de conflicto que se han manifestado en el sector: las peleas
fundacionales de fines de los ochenta, el Piñera Gate de 1992, el caso drogas
en 1995, el caso Spiniak en el 2003 y la proclamación de Piñera en el 2005 son los hitos que dan cuenta de una
historia cruzada de tensiones y diferencias.
¿Porqué este hecho ha actualizado los recuerdos de los
grandes hitos que han tensionado al sector?
Sin duda, la respuesta se encuentra en que hay elementos comunes a todos
estos eventos. Se identifican tres:
En primer lugar, se
encuentra la profundidad del conflicto.
En efecto, todas son coyunturas en que la tensión alcanza niveles superiores al
punto de amenazar la unidad del sector; y, de ese modo, debilitar sus rendimientos
electorales a nivel presidencial y parlamentario. La experiencia muestra que
por medio de la unidad estuvieron a
treinta mil votos de ganarle a Lagos en 1999 y se convirtieron en
gobierno en el 2010. Sin unidad perdieron en el ’89, en el ’93 y en el 2005.
En segundo lugar,
todas estas coyunturas de una u otra manera se relacionan con la lucha por el posicionamiento presidencial. Se trata,
en definitiva, de la competencia por la conducción y el liderazgo presidencial
de la derecha política.
En tercer lugar, observamos
que los involucrados en estos acontecimientos no sólo son los mismos, sino también
son los principales liderazgos políticos
del sector a los largo de 25 años: Piñera, Allamand, Novoa, Lavín, Longueira
y Matthei.
Estos tres elementos
muestran que en la derecha aumenta la
tensión y la batalla se despliega cuando se ven enfrentados a coyunturas en
las que deben definir la conducción y el
liderazgo político del sector en un sentido doble: en relación al partido
que asume el rol dominante y a los liderazgos presidenciales que “desean”
representar al sector.
En función de esta
historia se ha descrito que en la derecha chilena hay una fuerte tendencia a la auto-destrucción y a una fagocitosis política
que se expresa en la frase típica de que la derecha chilena es “chaquetera, pesimista y autodestructiva”. Los
hechos son elocuentes. Los sucesos están a la vista y han sido actualizados. No
obstante, esta tendencia negativa convive con otra positiva; que se relaciona con
el sentido de supervivencia, la voluntad y la vocación de poder. La experiencia, muestra que siempre termina
imponiéndose el cálculo político, el rendimiento electoral y la racionalidad de
clase.
De este modo, Eros y Tánatos se suceden en una interminable
dialéctica en la que ninguno es el ganador definitivo. Las crisis emergen y se
neutralizan. Las crisis aparecen y desaparecen. El problema no es lo uno ni lo
otro.
El problema, por
tanto, es que las variables que hacen
que emerjan escenarios de crisis no desaparecen ni se resuelven. Al contrario,
las crisis se superan cuando estas variables vuelven –por distintas razones y
operaciones- a su estado de latencia. La “paz”, por tanto, retorna al sector
hasta el momento en que aparece una coyuntura que determina nuevamente que se
visibilicen las variables que tensionan y han tensionado al sector
históricamente.
En la derecha las coyunturas presidenciales han sido y son
caldo de cultivo para la crisis y el enfrentamiento. Esta oportunidad no ha
sido la excepción. En efecto, el tema presidencial y la competencia por la
conducción política del sector, nuevamente abre una coyuntura de crisis: la
“crisis Matthei”.
No obstante, va
ocurrir lo mismo que ha sucedido en otras coyunturas; se va superar no porque
las fracturas estructurales del sector se sinceren y resuelvan; sino, porque la
demanda de la política es intensa y requiere una diaria actualización. En
definitiva, no hay tiempo. La competencia por el poder es voraz. Hay que seguir
en la lucha y dar vuelta la página. Y hoy, la derecha debe seguir en la carrera
presidencial y parlamentaria.
Pero, esta crisis es distinta a las
anteriores en el sentido de que el contexto dentro del cual se inserta es otro.
En consecuencia, el problema político de mediano y largo plazo para la derecha
es que la “crisis presidencial” que
se ha evidenciado se inserta en un
sistema social y político que ha entrado a una fase de reformulación y
transformación; que conduce “inevitablemente”
no sólo a un nuevo modelo de convivencia política –nueva constitución y fin al
binominal-, sino también a un modelo de desarrollo socio-económico más regulado
en el que el Estado asume un rol activo y protector.
Por ello, para el
sector es mucho lo que está en juego: gobierno y modelo en jaque. ¿Jaque mate?
La “orden del día”, por tanto, para la derecha es doble: defender y
proyectar el gobierno y mantener el modelo neoliberal. La tarea es compleja
cuando observamos que el sector enfrenta esta coyuntura en un contexto de “crisis de conducción” y de debilidad
social, política y electoral.
En consecuencia, no
se avecinan buenos momentos para el sector. De hecho, la “paz aparente” volverá en noviembre; sobre todo, si la derrota presidencial
es contundente y la lista parlamentaria es doblada, a lo menos, en doce
distritos y en cuatro circunscripciones. La crisis será más intensa no sólo porque
desde ese mismo momento empezará de nuevo la carrera presidencial del sector,
sino también porque se comenzará a impulsar el programa de la igualdad.
Y finalmente, en este
escenario la derecha deberá adaptarse y refundarse para ajustar sus prácticas,
ideas, proyectos y liderazgos a las nuevas condiciones del ciclo político y
social. Entre ellas, deberá aprender a competir sin subsidio político. Se vienen días y jornadas intensas.