Septiembre-2013
Bajo el liderazgo de
Piñera y el pragmatismo del gremialismo la derecha después de 52 años vuelve a
La Moneda por medio de una elección democrática. Aquí, empiezan los problemas.
Desde ese momento se activa un proceso
de descomposición y crisis política que se ha ido agudizando y que amenaza
con terminar en pocos meses más en una contundente derrota electoral. En esta
línea de análisis surge una pregunta: ¿qué
explica esta dinámica y cómo en tan poco tiempo el oficialismo paso de la
ilusión al pesimismo y del triunfo a la derrota?
El escenario para la
derecha es complejo desde el punto de vista político e ideológico. Político, porque está debilitada por
efecto de una profunda crisis de conducción e identidad; e ideológico, porque sus ideas ancladas en el fundamentalismo del “crecimiento ilimitado” y en la “democracia protegida” no están en
sintonía con el estado de la opinión pública del país.
Durante los cuatro
gobiernos de la concertación la derecha política no sólo logró legitimar sus
planteamientos básicos y defender el modelo neoliberal a la chilena, sino
también logró un exitoso posicionamiento electoral que generó las condiciones
para llegar a La Moneda en marzo del 2010. La derecha, como oposición fue
exitosa.
Pero, una vez
cumplido el sueño de gobernar en democracia, las cosas empiezan a cambiar. Comienzan
los problemas y entran a una fase de
descomposición y crisis política. No previeron que Chile estaba cambiando.
Los problemas internos empiezan desde el
primer momento cuando Piñera arma un gabinete
técnico y sin experiencia política. Esta decisión –fuertemente criticada
desde los partidos— se une a dos hechos que van jugar un rol fundamental en el
devenir del gobierno: los conflictos de
interés y la soberbia. La “luna de
miel” se acaba rápidamente y antes de terminar el año los niveles de
aprobación de Piñera comienzan a declinar.
Junto a esos
problemas aparece uno que también será decisivo y que va contribuir a debilitar
la gestión de la “nueva forma de gobernar”.
Se trata, de la incapacidad que ha
tenido el oficialismo para identificar y resolver conflictos. Esta es, sin
duda, una de las mayores debilidades de la gestión Piñera.
Durante el 2010 fue la huelga Mapuche y desde enero del 2011 se da inicio a la movilización social-ciudadana
que encuentra su punto más álgido a principios de agosto. Desde entones, el
escenario político es muy distinto a lo que se conoció por veinte años. De este
modo, “la calle” se convierte en un
actor político relevante y decisivo. En rigor, son los ciudadanos organizados “desde
abajo” los que comienzan a poner los temas de la agenda política,
mediática y legislativa.
En este cuadro el
gobierno no ha sabido responder ni resolver. Durante muchos meses perdió el
control de la agenda y cayó en una parálisis política. La entrada, obligada por
las contingencia política, de Allamand, Matthei, Chadwick y Longueira al
gabinete no sólo tuvo como objetivo fortalecer la gestión política del
ejecutivo, sino también llevó la disputa
presidencial del oficialismo al interior del gabinete; y con ello,
involucró al Presidente Piñera en una lucha que debe mirar de lejos.
La competencia al
interior del oficialismo por la sucesión presidencial esconde, desde el primer
momento, las tensiones que se han ido
produciendo en el sector --entre RN y la UDI— no sólo por quién influye más
en el gobierno y en Piñera, sino también por la conducción política e
ideológica del sector. De este modo, todas estas tensiones explotan y se
manifiestan en la coyuntura presidencial.
Todos estos hechos y
decisiones la conducen al actual escenario de crisis y debilidad política.
A su vez, esta situación se
expresa en el plano electoral y en el plano
ideológico. La derrota electoral del gobierno en las municipales de octubre
del 2012 y en las primarias de mayo del 2013 son ejemplos contundentes de que
la crisis política se traslado al plano electoral. En menos de tres años perdió
su base electoral de apoyo que construyó lenta, paciente y laboriosamente
durante dos décadas.
En el plano ideológico, la crisis política se
expresa en que las ideas que fundan el modelo chileno de desarrollo económico y
político están fuertemente cuestionadas. Las ideas que defiende la derecha ya
no seducen a los chilenos. Las ideas que fundan el modelo ya no son intocables.
De hecho, la gente
comienza a manifestar su descontento y malestar. La movilización social y
ciudadana se manifiesta como una crítica
a un modelo de desarrollo que no
reconoce derechos, que fomenta una relación perversa con la naturaleza, que
genera una relación muy desigual entre el capital y el trabajo y entre el
capital y los consumidores y que en lo político institucionaliza un “empate político artificial”.
El problema político
para la derecha hoy, es que su crisis y su proceso de descomposición se expresa
a nivel electoral e ideológico como debilidad estructural en el contexto de un nuevo ciclo político y social. Si bien,
este nuevo escenario se consolidó con Piñera, es en el gobierno de Bachelet que
muestra sus primeros signos. Lo que ocurre, es que con la derecha en el gobierno el “nuevo
ciclo político” se hace visible y se consolida.
Aquí, está la
dificultad. La derecha ha debido gobernar en una coyuntura política pantanosa y
oscura que se fue lentamente transparentando y visibilizando. A medida que se iba consolidando la nueva
fase política, la derecha se iba debilitando a nivel político, electoral e
ideológico. De hecho, sus problemas comienzan de manera muy temprana. En efecto,
el oficialismo se debilitó desde la primera decisión política que tomó y que se
relaciona con la formación de su primer gabinete. Desde ese instante, comenzó a
incubar la crisis política en la que están inmersos hoy.
La derecha política,
en consecuencia, vive momentos complejos. En el corto plazo, debe acercarse a
su piso electoral en términos presidenciales, defender sus posiciones
parlamentarias y terminar lo mejor posible la gestión Piñera. Y al mismo
tiempo, debe resolver su crisis interna.
A su vez, en el largo
plazo debe refundarse y adaptarse a la condiciones de los nuevos tiempos. Por
ello, el proceso de crisis y descomposición
que padece el oficialismo no es más que la adaptación de sus ideas, de sus
vínculos internos y de sus relaciones con la sociedad, a las condiciones del nuevo ciclo.
La refundación del
sector –luego de 30 años— es la orden día. Todo parto es doloroso. El rol que
jugó Piñera durante septiembre, sobre todo, en la coyuntura de los 40 años del
golpe, son una posibilidad. Quizás, otro intento de fundar una nueva derecha.
Una derecha sin subsidio político, reconciliada con su pasado y alejada del
fundamentalismo económico.
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