Mayo-2014
La
política chilena está dominada por el lenguaje de connotación. De este modo, las
cosas, los hechos y las acciones se descubren desde lo simbólico. Se ha
instalado una gráfica de signos y señales que tienden a ocultar la tensión, la
crispación y el aumento de la
polarización que implica toda época de transformaciones sociales,
culturales, económicas y políticas: vivimos una época de cambios estructurales.
Formamos parte, por tanto, de la era de las reformas: Reforma tributaria,
reforma educacional, reforma laboral, reforma a las pensiones, reforma a la
salud, reformas culturales y reformas políticas.
Durante
el gobierno de Piñera se consolidaron las condiciones políticas, culturales y
sociales para la instalación de una coyuntura política en la que el eje central
del debate y de las acciones políticas es la transformación estructural del
neoliberalismo chileno.
Sin
embargo, no sólo se trata de una fase de
transformaciones profundas y de la des-activación de parte significativa del
neoliberalismo –como tipo de sociedad-
instaurado desde mediados de los setenta bajo la conducción de Pinochet,
los Chicago Boys y los gremialistas, sino también una época en la que se re-define la relación de poder existente entre
todos los actores del campo de la política: ciudadanos, partidos, empresarios,
trabajadores, movimiento social y medios de comunicación.
El
liderazgo político de esta coyuntura lo asumió –a solicitud de los partidos y
por mandato popular- el “bacheletismo”. Nada de lo que sucede hoy es una
sorpresa. Todo fue dicho y planteado, a lo menos, desde cuando Bachelet aceptó
su candidatura presidencial a fines de marzo del año pasado –hace más de un
año-. En su discurso de aceptación en la comuna de El Bosque, afirma que “debemos
re-pensar las bases de nuestro modelo de desarrollo… durante mucho tiempo nos dedicamos a hacer
ajustes y cambios la modelo… tenemos que llevar a cabo reformas más profundas
si queremos derrotar la desigualdad”.
Seamos
justos. Esta demanda por “reformas
estructurales” se instala fuertemente en agosto del 2011 y durante el 2012
se consolida. Luego, durante el 2013 el bacheletismo asume el liderazgo
político de las reformas y durante el 2014 se abre una fase en la que se empieza a implementar –política, técnica
y operativamente- el programa de la igualdad.
De
hecho, al ganar la segunda vuelta presidencial, Bachelet en su discurso afirma
que “ha llegado el momento de iniciar
transformaciones de fondo… por fin, es el momento. Tenemos la fuerza ciudadana…
las mayorías parlamentarias… tenemos las condiciones políticas, sociales y
económicas. Tenemos la voluntad y tenemos la unidad… para llevar adelante las
profundas transformaciones que Chile requiere”.
A
su vez, la derecha también entiende este rasgo del escenario político; a lo
menos, desde la derrota municipal y del conclave del sector en noviembre del
2012. Desde entonces, la derecha -sobre todo la UDI- tiene la certeza y la preocupación de que el modelo
y la obra del régimen militar está en serio riesgo. Justamente, en un
momento en que no tienen fuerza para defenderlo.
En
consecuencia, lo que tensiona a los actores del campo de la política hoy, es
que ya no se trata de una coyuntura en la que se hacen anuncios y ofertas
políticas. Al contrario, estamos en un
período en que estas “reformas” se comienzan a implementar.
Y,
en este contexto, se ha instalado un leguaje
de connotación que habla “del primer
eslabón al socialismo, de aplanadora, de retroexcavadora, de bulldozer, de
lucha de clases, de nazi, de piedras en el zapato, de tabla rasa, de guerra
fría, de socialismo sesentero, etc.”
Primer escalón al socialismo
es la preocupación de Lucia Santa Cruz para hacer referencia al programa de
reformas estructurales del bacheletismo y la Nueva Mayoría.
Aplanadora
para decir que luego del triunfo parlamentario, las “fuerzas reformistas”
tienen mayoría legislativa para aprobar –sin transacción política- una parte
muy significativa del “programa de la igualdad”.
Retroexcavadora
para decir que hay que “destruir los
cimientos del neoliberalismo”. Sin duda, metáfora perfecta para describir
lo que está en juego. El propio Quintana, aclara que se estaba refiriendo a la
reforma educacional. Melero, a su vez, responde que “la última pasada de retroexcavadora significo el quiebre del Estado de
derecho en 1973”.
Tabla rasa
para hacer referencia a que se quiere o pretende hacer de nuevo el país.
Allamand, ha afirmado que cada vez que se ha querido hacer “tabla rasa siempre se ha terminado mal”.
Bulldozer
para decir que el gobierno está despidiendo funcionarios del Estado
seleccionados por el sistema de Alta Dirección Pública.
Peñailillo,
a propósito de los panfletos que lanza la UDI para comunicarle a la gente que
la reforma tributaria es mala para Chile –sobre todo, para la clase media- afirma
que con estos hechos “pareciera que estamos en la guerra fría”.
Melero, responde que la única “guerra
fría “es la retroexcavadora y la aplanadora que están pasando en el Congreso”.
Desde RN, se afirma que la única “guerra
fría” es la negativa que tiene el gobierno para “dialogar”.
Ha
vuelto a surgir el concepto político y teórico de “lucha de clases”. Lo pone en el debate el diputado socialista
Schilling cuando afirma en tono irónico que la reforma tributara ha revivido la
lucha de clases: “vemos a los ricos arrinconados en sus castillos, tratando de resistir a las
hordas que quieren tomar por asalto al futuro y que piden justicia. Un
espectáculo que vemos cotidianamente en la Comisión de Hacienda y que lo vernos
en la sala”.
Las
piedras en el zapato para hacer
referencia a las molestias, dificultades y problemas que pueden surgir en el
caminar del programa de la inclusión. Walker ha afirmado que la DC no es “francotirador ni piedra en el zapato”. A
la DC, le interesa es poner énfasis en su personalidad y en los “matices” que se le puede imprimir a un
programa que no es una “biblia ni una
camisa de fuerza”. Hablemos claro responde Andrade: “lo que pasa es que a los poderosos les duele cuando le tocan el bolsillo”.
Melero
hace referencia al “socialismo sesentero”
para referirse a que el gobierno a vuelve a ese modelo “fracasado en todo el mundo”.
Quintana,
acusa a la UDI de nazis a propósito del vídeo que defiende la reforma tributaria.
Afirma, que los gremialistas distorsionan la realidad y “mienten deliberadamente, como ocurría en el régimen nazi”. A
Tellier, estas palabras le parecen exageradas.
El
lenguaje del vídeo que lanza el gobierno para justificar y explicar la reforma
tributaria también tiene un fuerte lenguaje simbólico: “poderosos de siempre… los ricos
de Chile”. Ante esto, Walker llama a “cuidar el lenguaje”. Tellier, le pide lo mismo al DC. Respondiendo
al empresariado que tilda de “odioso e injurioso” el vídeo, Andrade
los trata de “apretados y codiciosos”.
Y,
entre tanta connotación, Bachelet hace un llamado a no “caricaturizar” el debate y las reformas que sustentan el “programa
de la inclusión” y definen los principales ejes de la coyuntura y de su
gobierno.
Como
cada día tiene su afán; cada época y coyuntura tiene una “orden del día” y un
lenguaje. En la “era de las reformas”, el lenguaje del debate político es de
connotación y ha estado cruzado por decir lo que está en juego por medio de símbolos.
Todos saben que se está des-activando el neoliberalismo chileno en aspectos
sustanciales. Y, sobre sus ruinas, se comienza a levantar la alternativa
progresista que en esta primera etapa encarna el bacheletismo.
No
olvidemos que el lenguaje construye realidades; y que transitar de la
polarización ideológica a la violencia política es un camino corto e incierto.
La reforma tributara ha sacado “chispas”.
¿Qué pasara con el lenguaje cuando entremos a tierra derecha con la reforma educacional
y la constitucional? Menos mal, que se
habla muy bajito de la nacionalización de los recursos naturales.