La
arista política de caso Penta ha actualizado dos situaciones relevantes para la
calidad de la democracia y su profundización: el financiamiento de la política y la relación entre empresa y poder. En ambos casos, el dinero, el capital y la
empresa juegan un rol decisivo.
El
financiamiento de la política con dinero privado genera tres efectos negativos para
la democracia: condiciones desiguales de competencia democrática, “sospechas”
de que el dinero que llega a la política desde la empresa incide en las
decisiones de los “políticos” y fisuras en el sistema político. El caso Penta no
sólo ha puesto en evidencia estas tres “enfermedades” de la democracia, sino
también ha generado las condiciones políticas para volver a preguntarse acerca
de ¿quién y cómo se financia la política
y la democracia?
En
este contexto, la élite avanza hacia una nueva fórmula de financiamiento que
genere una democracia más competitiva, sin influencia del dinero y un sistema
político con mayor prestigio y credibilidad.
El
caso Penta, también puso en la coyuntura la relación existente entre empresa y poder. Se podrá eliminar la
influencia del dinero privado en la política, en la toma de decisiones y en la
competencia electoral; pero, la empresa
y el capital seguirán siendo relevantes, fundamentales y decisivos en la configuración del orden
existente, es decir, en el tipo de sociedad y de país que estamos construyendo.
La empresa y el capital podrán dejar de tener influencia sobre los “políticos”
por la vía del financiamiento directo e indirecto de la actividad; pero, seguirán
disponiendo de un conjunto de otros dispositivos por medio de los cuales van a seguir
siendo un actor influyente en el orden moderno y capitalista.
En
el orden neoliberal la política está subordinada al mercado y al capital. Esto
ocurre, porque la política ha perdido su capacidad de transformar el mundo y
articular proyectos colectivos. La
política ha sido derrotada por el mercado y los políticos por los empresarios;
el Estado por la empresa y lo colectivo por el individualismo; en definitiva,
el ciudadano por el consumidor.
El
mecanismo que usa la empresa y el capital para configurar un mundo a su “imagen
y semejanza” es el discurso publicitario. La publicidad tiene la función no sólo de interpelar para que los
productos se vendan y consuman, sino también transporta contenido ideológico
con el objetivo de comunicar el discurso de la modernidad expresado en estilos
de vida, modas, gustos, deseos y tendencias de consumo. La publicidad, por
tanto, es el dispositivo estratégico que usa el capitalismo para transitar de
la necesidad al deseo. Es un dispositivo
de poder que busca interpelar, seducir y modelar.
En ese camino, el discurso de la
publicidad se convierte en ideológico. Las interpelaciones ideológicas del
discurso publicitario se presentan de tres modos: la interpelación que define lo
que es, de lo que no es; lo deseable, de lo no deseable y lo posible, de lo
imposible. Es un discurso que, en definitiva, articula tres
dimensiones: visión de mundo, deseos-necesidades y esperanzas-proyectos.
En
definitiva, aunque el capital y los grandes grupos económicos no financien la
política seguirán siendo el centro neurálgico desde donde se construye
sociedad. La política, los políticos y las instituciones de la democracia han
perdido esa capacidad. La debilidad y el desprestigio de la actividad política
residen en que el “proyecto” de país que queremos no se construye desde el
espacio público democrático, sino desde el mundo privado de la empresa. Por lo
menos, así ha sido durante los últimos
40 años.
Uno de los rasgos del nuevo
ciclo político es que la democracia ha comenzado a recuperar soberanía. Para
fortalecer esa tendencia es de máxima necesidad –aunque no suficiente- financiar
la política con recursos públicos de manera equitativa y proporcional. Lo
relevante, sin embargo, es que el proyecto colectivo del país se defina y
construya desde y con las instituciones de la democracia y no por medio de las
instituciones del mercado.
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