Hay consenso en la élite
política, empresarial, ideológica y mediática que la actual crisis del sistema
político chileno es de credibilidad y
confianza: “no nos creen” resuena
como eco a lo largo y ancho de Chile. PENTA, SQM y CAVAL vinieron no sólo a
profundizar una crisis que ya estaba instalada, sino también a contaminar y
erosionar la credibilidad de la presidenta, sobre todo, desde que se instala el
conflicto CAVAL.
Este diagnóstico se viene a
constituir en la síntesis de una crisis que muestra diversas facetas y
dimensiones: liderazgo, representación, participación y probidad. De este modo,
terminan simplificando una situación profunda que pone en “riesgo la democracia” y que encuentra raíces hacia mediados de los
noventa: ¿acaso, pretenden resolver los
problemas de la democracia chilena desde la credibilidad?; ¿cómo pretenden resolver un problema tan
complejo y que tiene claves en la sicología humana que la política no es capaz
de entender?; o ¿acaso, “creen” que restituyendo las confianzas –vía
credibilidad- van a ser que los electores vuelvan a las urnas, que los chilenos “hablen sobre
política”, que las representación y su vínculo fundacional de la democracia
liberal se re-establezca y que la legitimidad del sistema en su conjunto se
vuelva a erigir como principio articulador?; ¿acaso, pretenden que con un “mea
culpa” institucional van a superar la crisis actual de la política?
Si PENTA, SQM Y CAVAL marca
un antes y un después en lo que respecta a la profundización de la crisis; la
entrega del informe de la Comisión Asesora contra la “corrupción” hace lo mismo
en relación a los caminos de solución, a lo menos, en lo que respecta a los
problemas derivados del financiamiento de la política, la probidad y la
transparencia.
Desde la entrega de dicho
informe y la cadena nacional anunciada se pone en marcha una operación política
liderada por Bachelet –la misma que han acusado de no tener liderazgo- con
“mea culpa” incluido que viene a generar las condiciones morales –y políticas-
para intentar salvar “la credibilidad”
de los actores del poder; y con ello, re-legitimar las instituciones de la
política –gobierno, partidos y parlamento- y de la economía –la empresa-.
Para proyectar la viabilidad
y éxito de esta operación debemos poner atención en la credibilidad humana. En primer
lugar, hay que afirmar que se trata de una “relación social” que se ve obligada a evaluar de manera constante
los hechos y los discursos que configuran la certeza y la confianza sobre la que se pone en movimiento toda
acción social; es decir, es la posibilidad que todos tenemos de “creer
o no creer” frente a lo que otros –de un padre/madre a una institución-
afirman sobre los hechos o acontecimientos del mundo del cual formamos parte.
Sin duda, en el campo de la política es
un hecho muy sensible: le creo o no le creo al presidente; le creo o no le
creo al representante; le creo o no le creo a la institucionalidad política;
¿será verdad que van a resolver mis problemas?; ¿será verdad que la universidad
será gratis?; ¿será verdad que vivimos en el reino de la libertad y las
oportunidades?
En consecuencia, y en segundo lugar, la credibilidad se
relaciona con la confianza y la certidumbre.
Podríamos plantear una hipótesis: a mayor credibilidad, mayor certeza –o menor
incertidumbre-; o, a menor credibilidad, menor certeza –o mayor incertidumbre-.
En definitiva, la credibilidad genera
certeza y confianza. Sin duda, confiamos en lo que nos genere certeza; y no
confiamos en lo que genera duda –o incertidumbre-. Sin duda, confiamos en las
personas y en las instituciones que
generan certeza –el piso firme sobre el cual caminar-; es decir, le
creemos al que produce certidumbre. ¿Quién le puede creer al que produce duda e
incertidumbre?; ¿cómo creerle al que genera desconfianza?
En tercer lugar, la credibilidad, la confianza y la certeza se relacionan con la “verdad”; en definitiva, con lo que
consideramos verdadero. Sin duda, problema filosófico profundo y complejo. No
voy a entrar en esa discusión. Sólo afirmaré que “creemos” lo que nos parece
“verdadero”; “le creemos” al que nos parece “dice la verdad”; “le creemos” al
que genera confianza y certeza.
Finalmente, lo anterior se
vincula con la legitimidad; es
decir, con lo que nos parece “legítimo”;
lo que consideramos como “verdadero, justo, adecuado, autentico, creíble y
ajustado al deber ser”. En definitiva, le “atribuimos
legitimidad” a todo aquello que genera certeza y confianza.
De manera breve, he tratado
de articular y comprender como funciona en la sicología humana y en las
relaciones sociales la credibilidad, la certeza, la confianza y la legitimidad.
La idea de esta reflexión es responder
la pregunta que se deriva del diagnóstico compartido de que la crisis
actual de la política es de credibilidad
y confianza. En consecuencia, ¿cómo
el sistema político chileno –sus actores e instituciones- restituyen y recuperan
la confianza ciudadana?
Hemos visto, del mismo modo,
que hay una operación política transversal que busca resolver la crisis actual
del sistema político. La entrega del Informe Engel y la cadena nacional de la
presidenta no sólo marca un antes y un después. En efecto, desde ese momento
comienza la cruzada por la restitución de la credibilidad y la confianza. No
obstante, las preguntas y las dudas abundan.
En consecuencia, responder a
esta crisis desde una agenda de financiamiento, probidad y transparencia no
resuelve los problemas que han hecho posible que esta “crisis” se haya
instalado en nuestro país. De hecho, ya estaba instalada antes de que emergiera
PENTA, SQM y CAVAL. Como tampoco, es una operación que va permitir que los
ciudadanos recuperen la confianza y la credibilidad en sus representantes e
instituciones. Sin duda, más complejo para los primeros que para los segundos.
Sólo un proceso
constituyente con un mecanismo participativo e inclusivo que avance hacia una
nueva constitución hará posible que las confianzas se restituyan y la
credibilidad del proyecto democrático vuelva hacernos soñar y “creer” que un
mejor país es posible.