lunes, 27 de julio de 2015

El programa, entre puristas y relativistas

Julio 2015

La Nueva Mayoría pasa por momentos complejos. El próximo conclave será una especie de sinceramiento en que los partidos y el gobierno deberán definir sus compromisos con el programa. Ese ejercicio, deberá terminar con una hoja de ruta que re-defina las prioridades programáticas en el contexto de la nueva etapa que se abre en mayo con el cambio de gabinete. Será, el momento en que se va materializar en una agenda de futuro la forma en cómo se va implementar y ejecutar política y legislativamente el programa de la inclusión desde esta coyuntura.


El momento político es difícil. No sólo está en jugo el programa, sino también la viabilidad política de la coalición y su proyección presidencial. Será un momento en que se enfrentan dos almas: los puristas y los relativistas. Mientras, los primeros dominaron la primera etapa del gobierno, los segundo han comenzado a controlar el segundo tiempo. La tensión está instalada.

Entender la tensión actual al interior del oficialismo requiere indagar en torno a las causas externas e internas que hicieron posible que el liderazgo sacrosanto de Bachelet se debilitara y su programa bíblico se haya relativizado. En lo grueso, el debilitamiento del programa en el plano externo se debe a que termina con puntos neurálgicos del neoliberalismo chileno, y en el interno, a la débil conducción política del gobierno en el contexto de reformas complejas.

A nivel externo, nadie puede desconocer que las reformas tributaria, educacional, laboral, valórica y política son ambiciosas, de compleja implementación y de alta resistencia. Resulta esperable, por tanto, que los intereses afectados pusieran en movimientos estrategias y tácticas de poder de orientación contra reformista. Finalmente, no podemos olvidar los efectos devastadores que se abren a partir de las platas políticas y del negocio CAVAL.

De modo paralelo, en el plano interno, la conducción política del gobierno y su relación con sus apoyos políticos y sociales ha sido, sin duda, la principal fuente para ese debilitamiento. No obstante, el conglomerado del cambio tampoco ha tenido la disciplina y la capacidad política para sustentar y dirigir el proceso de transformación. Sus tensiones internas desde “los matices” de la DC hasta la  “retroexcavadora” de Quintana, son señales no sólo de que hay visiones distintas y contrapuestas, sino también hay enfoques y tácticas en la forma, en los contenidos y en los tiempos de las reformas.

Hoy, esas tensiones se han profundizado por un contexto socio-político que ha cambiado –bajo crecimiento económico y alta conflictividad política- y por la inflexión del programa que surge directamente de ese cambio. No es casualidad que en los últimos días se haya hablado del fin del conglomerado y se hagan de manera insistente llamados a la “disciplina y unidad”.

El cónclave, por tanto, deberá ordenar al conglomerado en torno a la reformulación y “prioridades” del programa. Mientras, el gobierno deberá transparentar y materializar la tesis del “realismo sin renuncia”, los partidos deberán sincerar posiciones y re-definir sus compromisos.

Será, el momento en que se despejen dudas y se instalen certezas. Pero, si no hay espacio para la reforma a la salud –Isapres y AFP pública-, si se pone en duda la “gratuidad” para la educación superior, si se para la “agenda valórica” y la reforma educacional en sus tareas pendientes, si se entrampa la reforma laboral, si no se profundiza en la agenda de probidad y de participación y si no se reactiva la economía, resulta evidente que en el conglomerado van a existir tensiones mayores que van a poner en jaque a corto plazo la viabilidad política de la Nueva Mayoría. La preocupación es transversal y el momento delicado. Quizás, para no precipitar un desenlace incierto se haya dejado fuera de tabla la cuestión constitucional.

La Nueva Mayoría, surge como sujeto político para impulsar el “programa de la igualdad”. No hay que olvidar que en su momento se definió como un pacto programático. Por tanto, tiene la misión de trasformar Chile. Ese es, su sentido primario y último. La muerte del programa, es la muerte del conglomerado. La relativización del programa, es la relativización de la coalición. Si este horizonte político y ético se diluye, es evidente que no tiene sentido seguir con un conglomerado amputado desde dentro y debilitado desde fuera.

Todo, finalmente, se resolverá –para bien o para mal- en el próximo cónclave del oficialismo. Avanzar sin transar o avanzar consolidando, nuevamente se convierte en una encrucijada política. Mientras el gobierno tiene unidad de propósitos en torno a la tesis del “realismo sin renuncia”, los partidos de la Nueva Mayoría están fuertemente tensionados. Puristas y relativistas se enfrentaran en el cónclave del oficialismo con expectativas y miradas distintas. Pero, al mismo tiempo con la obligación política y moral de seguir apoyando al gobierno que ellos mismo instalaron. 

Lo más probable, es que todos salgan contentos y satisfechos. Más que mal, en la lógica del poder el programa es tan importante como seguir conduciendo y administrando el Estado. Finalmente, se impondrá el “realismo”; y se acordara, una fórmula política que mantenga vivo el programa y la esperanza de mayor igualdad. 

domingo, 19 de julio de 2015

Las reformas y el poder no estaba donde pensaron

Julio- 2015

La coyuntura de las dos últimas semanas ha estado dominada por el punto de inflexión al cual llego el “programa de la igualdad” y las “reformas estructurales”.  Luego de un año complejo, de un mes de Enero esperanzador, de la aparición del caso CAVAL y de una cirugía mayor del equipo político del gobierno, se ha llegado al momento actual en el que el gobierno da un giro en la forma en que se han estado impulsando las reformas. Mientras, por un lado, se han encendido las alarmas en algunos sectores de la Nueva Mayoría; por otro, hay cierta satisfacción en sectores más conservadores y más emparentados con la antigua Concertación.

A la fecha, se habla de formas y no de contendidos. “Hay un compromiso” se ha dicho; y ellos, están para “cumplirse”. En consecuencia, no se trata de una regresión “neoliberal” o de una ofensiva contra-reformista; al contrario, manifiestan la intención de seguir con las “necesarias y urgentes” reformas por la igualdad por medio de la tesis política de que las reformas –debido, al delicado contexto económico y político- deben aprobarse con prudencia, gradualidad y responsabilidad fiscal: todo, no se puede hacer en un período de cuatro años. De hecho, se habla frecuentemente de que hay reformas y “cosas” que van a quedar para otro período. Es más, el tiempo y los espacios políticos no dan para que en este gobierno se apruebe la Nueva Constitución –un de las reformas estructurales “prometidas”-. A lo más, se pondrá en marcha el proceso constituyente que avanzará de manera muy lenta debido a los dos años electorales que se vienen.

La situación de conflictividad a la que se ha llegado en el campo de la política no sólo se debe a un programa ambicioso de “reformas estructurales” que atacan aspectos neurálgicos del neoliberalismo criollo, sino también a una deficiente conducción política del gobierno que era el actor llamado a dirigir ese proceso de transformación.  Los cambios son de tal magnitud que han generado oposición y distancia desde todos los sectores. Aquí, sin duda, radica el hecho esencial que explica el momento político que se estructura por un lado, en torno a la disputa por los contenidos y formas de las reformas, y por otro, en torno a los ritmos de las mismas: más reformas, menos reformas, estabilización de las reformas, más rápido, más lento.

Digo esto, porque el principal error político del bacheletismo, de la de Nueva Mayoría, de los electores  y de la Opinión Pública es haber pensado y creído que el poder estaba en las instituciones de la democracia; principalmente, en el ejecutivo y en el parlamento. El giro táctico, en consecuencia, es resultado de que se ha constatado que el poder no está donde pensaron que estaba.

En efecto, pensaron de manera ingenua y carente de una compresión política, sociológica y filosófica del poder, de que era suficiente con un apoyo electoral masivo y “arrollador” de Bachelet y con un parlamento que asegurara quórum para el programa de la inclusión. Los números son elocuentes y los objetivos electorales se lograron. Tenemos un mandato claro y contundente decía el vocero de manera insistente. Por cierto, tenía razón.

Lo que no entendieron es que era necesario, pero insuficiente; menos aún, cuando se trata de “reformas estructurales”: fin al lucro, a la selección y al copago; reforma tributaria, fin binominal, votos chilenos en el extranjero, reforma laboral, nueva constitución, AFP estatal, ambicioso programa de hospitales, Unión Civil, aborto terapéutico, gratuidad educación superior, matrimonio igualitario, etc. A lo que hay que agregar por efecto de la profundización de la crisis de credibilidad: nuevo sistema de financiamiento de la política, ley de partidos políticos y agenda de probidad. No hay duda, un programa ambicioso que cuesta plata y que pone en tensión un conjunto de intereses.

No entendieron, que la soberanía –como tradición de pensamiento político- no está en las instituciones ni en el pueblo. No comprendieron, que la soberanía sólo esconde un hecho macizo y contunden: la dominación. No entendieron, que la soberanía y la voluntad general es sólo una entelequia que esconde a los verdaderos portadores del poder. No entendieron, que la política esta vaciada de poder frente a la empresa y sus aparato ideológico, la publicidad. No comprendieron, que los políticos no tienen poder real, concreto ni transformador. Pensaron y creyeron, al contrario, que sólo con votos y quórum legislativos y con el capital político de Bachelet era suficiente para llevar adelante cambios de tal magnitud.

Una de las razones de la debilidad y el desprestigio de la política y sus instituciones –partidos y parlamento- es, justamente, su incapacidad para ser el espacio de la construcción colectiva de la sociedad. La mercantilización de la vida social instalada por el neoliberalismo ha debilitado la política y el Estado. Cuando los políticos recuperen su capacidad para convertirse en constructores de nuevos mundos, van a recuperar su credibilidad y prestigio. Cuando recuperen la capacidad para liderar y conducir proyectos de sociedad-país van a rescatar su esencia y su fortaleza política.

Mientras tanto, será la empresa, el capital y la publicidad los que van a seguir definiendo los destinos del mundo, de las sociedades y de las personas. Mientras tanto, serán los medios y los centros ideológicos de producción de saber y verdad los que van a seguir generado efectos de poder y dominación de unos por sobre otros.

En el Chile de hoy, el poder y la capacidad de creación se encuentra en la empresa, en los medios, en los think tank, en los movimientos sociales, en los grupos de presión, en las armas, en la ideología y en la cultura. Es evidente, que los políticos profesionales, sus partidos y sus electores son débiles y muy débiles frente a los otros poderes del campo de la política. No hay, por tanto, soberanía general; sino, una intricada red de relaciones de poder en la que cada actor y sujeto busca instalar sus particulares visiones de mundo o de país. El poder, por tanto, no está en las instituciones de la democracia actual; sino, en los actores y en los sujetos de la política real y no de la política que trata de encauzar por instituciones sus intereses y pasiones.

Son estos, sin duda, los intereses y las pasiones que han conducido al punto de inflexión de las reformas. Es el poder real y no institucional el que han debilitado el proyecto de la inclusión. Es el poder real y no institucional el que ha debilitado las reformas y erosionado el capital político de la presidenta.

En este contexto y con esta voluntad política no sólo se busca recuperar los bajos y malos niveles de aprobación, confianza y credibilidad de la presidenta, del gobierno y de las reformas, sino también generar condiciones políticas favorables para la intensa competencia electoral que se viene. La Nueva Mayoría y su gobierno buscan y apuestan por la continuidad olvidándose del poder real y siendo seducidos por la apariencia del poder y por el botín del Estado.

Luego de un año y medio de gestión y conducción política ha aterrizado de una pesadilla que ellos mismos incubaron por no entender que el poder no está donde pensaron que estaba.