Agosto-2015
El Cónclave del oficialismo
como hecho político ha seguido generando opiniones, diagnósticos y
evaluaciones: que ganó el PC, que ganamos todos, que sigue la ambigüedad, que
no hay peor ciego que el que no quiere ver, que Burgos y Valdés han sido
ignorados, que ambos se rebelan y que no se recuperan las confianzas son
algunas de las reflexiones y análisis que han surgido desde dentro y fuera de
la Nueva Mayoría.
¿Cómo evaluar el cónclave?
El cambio de gabinete de
mayo marco, sin duda, un cambio en el gobierno de tal magnitud que se comenzó a
hablar de giro, de punto de quiebre, de la vuelta de la economía sobre la
política, del regreso con honores de Hacienda, del segundo tiempo y de una
nueva hoja de ruta marcada por la tesis del “realismo sin renuncia”. La derrota de la dupla Peñailillo-Arenas
abrió una coyuntura de incertidumbre en la que todos entendieron que las reformas llegaban a un punto de inflexión
debido a un complejo escenario político y económico. Durante ese período
unos se sintieron triunfadores y otros perdedores. Un cónclave debía resolver.
La espera fue larga –casi
tres meses- hasta que llegó la hora del cónclave; cuyo objetivo político era reducir las incertidumbres, fortalecer la unidad
y definir las prioridades programáticas en una nueva hoja de ruta que sería
el horizonte del segundo tiempo. En esa
dirección el cónclave fue exitoso: las incertidumbres se despejaron y se
confirma la “continuidad del programa” en función del “realismo” que impone el clima político y económico de la coyuntura.
Del mismo modo, los partidos se comprometen en la hoja de ruta y se definen
prioridades.
Ahora, cosa distinta es no quedar conforme con el resultado político del
cónclave y seguir en posiciones de crítica política e ideológica. Dentro del
oficialismo hubo malestar en sectores de la DC, en los iluminados del
progresismo y en la dupla Burgos-Valdés. A su vez, la oposición y los
empresarios siguen en pie de guerra con las reformas, el mundo universitario en
alerta por el destino de la gratuidad, el mundo del trabajo por el “reemplazo”
y muchos otros por la cuestión constitucional. Sin duda, mucho inconformismo. Este
malestar se expresa como ambigüedad.
Pero, al mismo tiempo hay
sectores que quedaron conformes con el resultado político del cónclave al ver
que no hay renuncia al programa. Bachelet, en el evento ha confirmado la
continuidad de las reformas y su programa. Y, del mismo modo, ha definido
prioridades y gradualidad en su implementación.
En consecuencia, desde esta perspectiva el cónclave fue
exitoso: cerró la incertidumbre en torno al destino de las reformas y
definió prioridades y gradualidad. Cuando se afirma que el cónclave fue
exitoso, hay que tener en cuenta que la evaluación se hace –y no puede ser de
otra manera- en función de los objetivos que se buscaban. Que generó
descontentos y la sensación de que hubo perdedores es algo evidente y
previsible. Cómo también, que abre
interrogantes.
Fue éxito; pero, abre interrogantes. Estas últimas, giran en torno a la
materialización de las reformas y su expresión en proyectos concretos, al rol
de la dupla Burgos-Valdés, a las complejidades que enfrenta Bachelet y en torno
a la viabilidad política de la Nueva Mayoría. Este conjunto de interrogantes ha sido asimilado con ambigüedad; si se
quiere, con incertidumbre.
Lo más relevante es que las reformas continúan. Pero, su
implementación se hará en función de las características que asuma la coyuntura
política y económica. Sin embargo, esto
no dice mucho debido a que las reformas no ocurren en el vació ya que se
expresan en proyectos de ley concretos; por tanto, abren un escenario potencial
de conflicto amplio: con la oposición, con los grupos de presión, con la
coalición y sus diversas sensibilidades. Por ello, el gobierno para esta
segunda etapa ha definido que su hoja de ruta debe tener más diálogo y más
trabajo pre-legislativo.
Esto, sin duda, dificulta la
gestión del gobierno y de la propia presidenta. En primer lugar, está atrapada
–a veces inmovilizada- por las tensiones que hay al interior de la NM entre
“puristas” y “relativistas”; entre los
nostálgicos de la concertación y los reformistas del actual oficialismo. Tiene,
por tanto, que velar por la unidad del conglomerado y sus equilibrios internos.
En segundo lugar, debe generar estrategias y tácticas de poder que hagan que su
capital político no siga debilitándose y que pueda recuperar apoyo social. En
tercer lugar, necesita no sólo cumplir el compromiso con los ciudadanos en
torno a las “reformas estructurales
comprometidas”, sino también requiere con urgencia que las reformas
comiencen rápidamente a visibilizar los beneficios que cada una de ellas
implica. Y finalmente, la tesis del “realismo
sin renuncia” debe instalarla como una obra de ingeniería que no muestre
debilidades, que no fracture la Nueva Mayoría y que deje satisfecho a los más. Para Bachelet, ha llegado la hora de la
política.
En relación a la dupla
Burgos-Valdés se ha dicho que fue derrotada en el cónclave. Y, en esa línea,
que ante esa realidad hicieron una “rebelión” –nótese el lenguaje de la prensa-
insistiendo en que “hay restricciones”
y que por tanto se requiere graduar y priorizar. Hay “distintas miradas” al interior del gabinete ha dicho la presidenta;
pero, al mismo tiempo, ha insistido que al final y en torno a cualquier
controversia ella es la que decide. Sin embargo, al analizar y ver en
perspectiva las acciones y declaraciones de Burgos y Valdés –desde que ingresan
al comité político- se observa más sintonía con Bachelet de la que la prensa ha
querido instalar post-Cónclave.
¿Qué significa graduar y priorizar?
Priorizar, significa definir un orden de importancia de las acciones; en este
caso, de los proyectos de ley a impulsar como expresión de las reformas-.
Bachelet fue clara y en esto no hay dos opiniones: la educación sigue siendo la
prioridad. Luego, viene la salud y la seguridad ciudadana. Más atrás,
modernización laboral, economía, nueva constitución, descentralización y
probidad. ¿Acaso, no hay una jerarquización de tareas y esfuerzos?
A su vez, gradualidad significa implementar de
manera gradual el programa de la inclusión; es decir, no todo se puede hacer de
una vez ni menos en cuatro años. Es más, tampoco en un contexto económico que
impone “restricciones fiscales” y en
una coyuntura política de alta conflictividad. La frase que mejor explica esta
situación es que “no se puede hacer todos
al mismo tiempo”; una frase que se ha escuchado desde Velasco hasta
Escalona y de Bachelet a Valdés. En consecuencia, como todo no se puede hacer
al mismo tiempo –y en este tiempo- hay que priorizar y avanzar lentamente,
evolutiva y gradualmente.
Acaso, el proyecto que
simplifica la reforma tributaria o la rebaja al 50% de la gratuidad en la
educación superior no son señales y expresión del “realismo sin renuncia”. Acaso, la “postergación” de la
des-municipalización de la educación y la posibilidad de “equilibrar” el
reemplazo en huelga no son expresión del clima del segundo tiempo. Acaso, la
preocupación por la seguridad ciudadana y la salud no son parte del nuevo
diseño. Acaso, la postergación de la nueva constitución para el próximo período
no es resultado de la gradualidad y de la priorización.
Finalmente, surgen las dudas
en torno al futuro de la Nueva Mayoría y su viabilidad política. Cuando el PC
vio peligrar la continuidad de las reformas –antes del cónclave- mencionó la posibilidad
de dejar el pacto. Lo mismo hace la DC cuando ve que sus “matices” no han penetrado en las decisiones del gobierno y Walker
declara que han perdido. Pataletas de unos y de otros. Y, entre medio –porque
el momento es complejo-, surge el PS como articulador y componedor de
diferencias.
Seamos claros, sin uno ni
otro, la Nueva Mayoría no es tal. Sin un programa de reformas ambicioso la NM
no tiene sentido. Si el conglomerado oficialista logra proyectarse más allá de
este período –lo que implica ganar la próxima presidencial- es para seguir
haciendo reformas y para consolidar lo avanzado; bajo, eso sí, un liderazgo más
conciliador interna y externamente. Si, al contrario, pierde la presidencial,
habrá llegado a su fin.
Por ahora, no hay
posibilidad de ruptura. Ello, se debe no sólo a que hay compromisos y que nadie
va pagar el costo político de dejar sola a Bachelet, sino también porque para
gobernar hay que construir mayoría y dejar de controlar el Estado –y sus
recursos- va en contra de todo partido con vocación de poder.
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