La carrera presidencial esta
desatada. Aun cuando se trata de un escenario
gelatinoso, los sucesos de las últimas semanas han ido configurando un panorama
que cada vez adquiere forma, al menos, en torno a los candidatos que aparecen
con más posibilidades. Por otro lado, no sólo se trata de una coyuntura
presidencial gelatinosa que no logra cristalizar en certezas políticos, sino
también es un escenario incierto: gelatinoso,
porque no sabemos quiénes serán, finalmente, los candidatos en competencia;
incierto, porque el resultado puede ser para cualquiera.
La situación contrasta,
fuertemente, con lo que ocurrió en las 6 presidenciales anteriores desde 1989
cuando se pone en marcha el proceso re-democratizador. En efecto, en todas
ellas no sólo se sabía con bastante anticipación quiénes eran los candidatos en
competencia, sino también quién sería el ganador y se convertiría en Presidente
de Chile. Aylwin, Frei y Lagos eran los candidatos “naturales” y los futuros presidentes
de Chile. Con Bachelet 1.0, Piñera y Bachelet 2.0 ocurre algo similar.
En esos contextos de
competencia presidencial las encuestas jugaron un rol fundamental. De hecho, no
es aventurado afirmar –dejémoslo a modo de hipótesis- de que se convierten en
actores políticos y pasan a formar parte del campo político y sus
interacciones. Hoy, qué duda cabe, las encuestas se han convertido en dispositivos tácticos que buscan alinear la
estrategia de construir la imagen de un candidato ganador.
Debo, decir, que las
empresas u organizaciones que hacen encuestas políticas de posicionamiento
electoral tienen –lo han demostrado- un alto nivel de predicción presidencial.
De hecho, nunca han errado con el ganador y han estado bastantes cerca de la
cifra final.
Sin embargo, y en un
contexto de voto voluntario y alta abstención, las encuestas de posicionamiento
político-presidencial no están siendo bien leídas, al menos, en lo que respecta
a lo que ocurre al interior de la Nueva Mayoría. El problema (metodológico),
radica en que las encuestas que conocemos (CEP, CADEM, ADIMARK, CERC) dan cuenta de la competencia presidencial
final; y no, de lo que puede ocurrir en una primaria de la
centro-izquierda. Sin duda, este desfase tiene efectos políticos: fortalece a Guillier y debilita a Lagos.
En diversas preguntas Guillier
aventaja “por harto” a Lagos. En rigor, a cualquier alternativa de la Nueva
Mayoría. El crecimiento que ha tenido en los últimos meses comienza a complicar
la opción Piñera.
No obstante, el problema
político es que esos resultados no dan cuenta de lo que ocurre o podría ocurrir
en una primaria del oficialismo. Lo que
vemos como un posicionamiento ganador al interior del país, puede
–perfectamente- no serlo a nivel del conglomerado.
Surge la pregunta: ¿por qué?
El análisis debe considerar
tres elementos: la incertidumbre del factor DC, el escenario de abstención y el
voto duro del pueblo de la Nueva Mayoría.
El factor DC. En Enero, se supone, la DC va
definir si lleva candidato presidencial a una primera vuelta o a la primaria
del oficialismo. Incluso, hay algunas voces que insinúan la posibilidad de no
llevar candidato a la primaria de Julio. Del mismo modo, no se ha descartado la
opción de apoyar directamente al candidato radical o al candidato de la
socialdemocracia chilena (Lagos o Insulza). Sin duda, por tanto, se trata de
una variable fundamental que va definir el rumbo no sólo de la potencial
primaria, sino también de la coalición y de los rendimientos parlamentarios.
Escenario de Abstención. No hay razones, es decir, razonamientos que nos
lleven a decir que en la próxima elección se va revertir la tendencia
abstencionista. Si bien, van votar más electores que en la municipal pasada, la
abstención va seguir convertida en el signo de una nueva ciudadanía.
El escenario de abstención,
también se reproduce a nivel de primarias. Ya lo vimos en las primarias
municipales: baja participación. Esto es relevante porque puede hacer variar la
correlación de fuerzas que hoy nos muestran las encuestas.
El voto duro. La fuga masiva de electores y la no incorporación de los nuevos
electores al proceso democrático –en su dimensión electoral- muestra que los
que van a las urnas son los ciudadanos con mayores niveles de compromiso
político, independientemente, de las opciones que definan. Hoy, a las urnas,
van los duros y los más convencidos.
De este modo, la Nueva
mayoría tiene a su favor una masa de leales electores que no sólo votan por sus
candidatos, sino también participan de sus primarias. Pero, convengamos que en
una primaria no concurren todos sus electores. De hecho, concurren los más duros de los duros.
En este punto nos volvemos a
conectar con el hecho contundente que muestran a Guillier con un expectante y
prometedor posicionamiento presidencial. Aquí, radica el problema político y la
mala lectura que se hacen de las cifras que las encuestas entregan semana a
semana.
El “político” independiente
cercano al radicalismo para ser candidato presidencial y capitalizar todo el
apoyo que muestran las encuestas debe, en primer lugar, ganar la primaria del
oficialismo.
Pero, como no hay encuestas
que midan este escenario, por lo menos, públicas, el resultado es incierto. De
hecho, todo lo que circula está diseñado metodológicamente para la competencia
presidencial real. Es más, estas encuestas no discriminan algunas variables
relevantes para un escenario de abstención y baja participación. En
consecuencia, los datos no son transferibles de una elección a otra; es decir,
las cifras de un Guillier ganador, no son aplicables a una primaria.
La incertidumbre de un
escenario de primarias no se debe a que no existan mediciones; sino, a que en
una primaria de baja participación en la que votan los “duros de los duros” es
altamente probable que Guillier no tenga los mismo rendimientos que muestran
las encuestas que dan cuenta de un escenario inexistente. Al contrario, Lagos o
cualquier opción de la restauración conservadora (me atribuyo la autoría del
término) tendrá, sin duda, un mejor rendimiento que los que se observan hoy.
En una primaria, el pueblo
radical no tiene la capacidad (si, se quiere los recursos) para vencer al
pueblo socialdemócrata ni al fragmentado pueblo del humanismo cristiano. Esta
es, sin duda, la esperanza de la restauración conservadora.
Sin embargo, todo depende de
los que concurran a las urnas el primer domingo de Julio: mientras más masiva,
mejor para Guillier; mientras menos masiva, peor para Guillier. En la era de la
política gelatinosa e incierta, todo es posible.