El senador Walker tiene
razón cuando afirma que la Nueva Mayoría se acabó con la bajada de Lagos. Sin
embargo, ese hecho político es el signo de algo mayor: es la derrota política de la élite concertacionista
que ha vuelto a perder por tercera vez. ¿Por tercera vez?
La primera vez, cuando en el
2009 perdieron con Frei el gobierno después de 20 años. Luego, perdió cuando se
instaló la política reformista de tipo igualitarista con “retroexcavadora”
incluida. Pareció recuperar el poder en mayo del 2015 cuando sale del
Ministerio del Interior el PPD, Rodrigo Peñailillo, y entra la dupla
Burgos-Valdés. Es el momento en que la “restauración conservadora” retoma el
control político de la coalición y de la agenda con la intensión de darle un
giro al gobierno y al conglomerado con la tesis de los cambios graduales y
consensuales sin “retroexcavadora”. Las
reformas continuaron en configuración híbrida y las tensiones se hicieron
irreconciliables. Hoy, la derrota de Lagos es el hito final de una larga
historia que puede ser titulada como “del
dedo de Lagos a la derrota de Lagos”.
Estos hechos, junto a otras
evidencias, muestran que estamos en un
cambio de época. Se viene debatiendo ampliamente desde el gobierno de
Piñera que vivimos una coyuntura de cambios políticos y sociales de la más
amplia variedad. De hecho, el discurso de campaña de la Bachelet igualitarista
en el 2013 se construyó simbólica y políticamente sobre la idea de que
estábamos en un “cambio de ciclo”. Es más, el debate intelectual de la derecha
esta cruzado muy fuertemente por esa fractura.
La caída de Lagos, es la
derrota de la aristocracia DC y de la socialdemocracia chilena que no logra
expresión orgánica y que se encuentra repartida en sectores del radicalismo,
del socialismo y del PPD. El sueño del gran partido socialdemócrata está
pendiente. La caída de Lagos, es la derrota de
los Walker, de Zaldívar, de la dupla Alvear- Martínez, de los Aylwin, de
los Frei, de Escalona, Tironi, Correa,
Brunner y tantos otros que diseñaron la “blancura neoliberal”.
Con Lagos, cae una época y
una modalidad política construida sobre la negociación duopolica y el consenso
casi “religioso” sobre el modelo de desarrollo. La derrota política y “proto electoral”
de Lagos, es el signo de la disolución –por cierto, lenta, compleja e incierta-
de un modelo político y de un tipo de sociedad. Con Lagos, se viene abajo un
modelo político diseñado para la economía y los negocios. La caída de Lagos, es
el signo de que cada vez estamos más cerca de entrar a la tierra prometida: el
nuevo ciclo.
La coyuntura presidencial de hoy está inserta en ese pantanoso
escenario de cambio político y social. En la derecha y en el Frente Amplio los
escenarios están estructuralmente ya definidos. Al contrario, los nudos políticos terminales no logran
aclarar el panorama en la Nueva Mayoría.
Sin embargo, hay dos certezas: que la Nueva Mayoría, incluso en términos de
posicionamiento de marca, no tiene viabilidad política y que el candidato es
Guillier con primaria o sin primaria, con la DC o sin la DC.
En ese escenario, la DC tiene dos opciones: ir a primaria y competir con
el candidato de la continuidad reformista o ir a primera vuelta y competir con ese
mismo candidato, con Piñera y eventualmente con otros. El polo progresista, candidato incluido,
vuelve a insistir en el mensaje: sin primaria, no hay lista parlamentaria común;
y, con ello, se termina la Nueva Mayoría. La DC, a su vez, rechaza las
amenazas.
El escenario de cambio de época política unido a la crisis
terminal de la Nueva Mayoría son condiciones favorables para que la DC
decida ir a primera vuelta. Al parecer, se va imponer la tesis de la
“restauración conservadora” DC y se va romper no sólo una tradición presidencial,
sino también una modalidad de “pacto político” en la centro-izquierda.
Sin van a primera vuelta, hay
3 incógnitas que resolver. La primera,
que se puede seguir en pacto bajo ciertas condiciones programáticas, sobre
todo, considerando que la esencia es el pacto de centro-izquierda y no la forma
Nueva Mayoría y que hay muchas coincidencias con la socialdemocracia del
conglomerado. Segundo, que se podría
pactar apoyo para la segunda vuelta, nuevamente bajo ciertas condiciones; y tercero, que se podría acordar, no
necesariamente amarrado a lo anterior- una lista parlamentaria común. El
mensaje es el siguiente: vamos a primera vuelta, pactamos apoyo presidencial
mutuo para la segunda vuelta y llevamos una lista parlamentaria única o en sub-pacto
con él PPD.
El desenlace de esos dilemas depende de si deciden ir a primera vuelta
o competir al interior de la Nueva Mayoría. Asociado, a ello, surgen dos preguntas: ¿por
qué necesariamente ir a primera vuelta implica romper la Nueva Mayoría y/o
condicionar una lista parlamentaria?, ¿por qué necesariamente ir a primera
vuelta implica romper la alianza histórica de centro-izquierda?
La respuesta es, sin duda,
política. De presión política. De tácticas de poder. De hecho, es perfectamente
posible y viable ir a primera vuelta y tener un acuerdo parlamentario con los
socios históricos y un apoyo mutuo para segunda vuelta. Finalmente, es una
cuestión de cálculo electoral.
En este contexto, lo más
relevante que tienen que despejar es la cuestión parlamentaria. La eventual
derrota parlamentaria y el aislamiento político que implica esa decisión son
las mayores preocupaciones y frenos para el camino propio. De hecho, todos los
ejercicios de simulación electoral muestran que la DC tendría una
representación parlamentaria bastante modesta. Las cifras oscilan entre 15 y 25
diputados. Ahora, si a esto agregamos una derrota presidencial, sobre todo, de
magnitud significativa, el panorama político interno se vería fuertemente
tensionado. Sin duda, el camino propio es una apuesta arriesgada y valiente.
En consecuencia, se dibujan dos
escenarios. En el primero, la DC va a primera vuelta con una lista
parlamentaria propia –camino propio radical-; y, en el segundo, la DC va a
primera vuelta y logra mantener la alianza con la centroizquierda, expresada en
un acuerdo parlamentario y apoyo para segunda vuelta –camino propio flexible-.
Esta última opción es la que
comienza a ganar adeptos. No obstante, si se impone el “camino propio radical”
será no sólo el fin de la Nueva Mayoría y la alianza de centro-izquierda, sino
también la antesala de una derrota presidencial y parlamentaria de proporciones
con profundas consecuencias internas y para el destino de las “reformas
progresistas”. Al contrario, si se impone el “camino propio flexible” –que,
además resguarda bastante bien la unidad del partido- se salva la coalición de centro-izquierda, se mantiene un buen
rendimiento parlamentario para todos, aumentan las probabilidades de mantenerse
en el gobierno –hoy, están afuera- y se mantiene un buen arreglo político-electoral
para defender las reformas.
Las señalas de las últimas
horas apuntan al “camino propio flexible” y al acercamiento. Las cartas ya se
jugaron. Si bien, todo indica que Guillier y Goic competirán en primera vuelta,
las posibilidades de que se mantenga la coalición, bajo nuevas modalidades, es
cada vez más probable; sobre todo, considerando que la lista parlamentaria es
el ente aglutinador y la defensa de las reformas el objeto motivador. Eso, es
lo que se intentará la DC post Junta Nacional. Este es, sin duda, el mejor escenario para la
DC.
Desde ese momento, el
mensaje político que recibieron hace unos días de que si van a primera vuelta,
no hay pacto parlamentario, se va poner a prueba. Sin embargo, todo intento de
unidad política –no meramente, electoral- estará condenado al fracaso, si no se
resuelve la contradicción principal del conglomerado: que en su interior no pueden convivir neoliberales y anti-neoliberales.
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