viernes, 12 de enero de 2018

La DC entre la espada y la pared


Se ha comenzado a debatir post elecciones que la DC ¿podría? estar enfrentada a una crisis terminal. Desde todos los rincones del falangismo se escuchan voces: “la fractura es grave” ha reconocido Burgos, Pizarro, el mismo que afirmaba que era un “suicidio” el camino electoral propio, menciona el fantasma de la “desintegración” y de una “situación crítica, casi terminal”, Duarte habla de “crisis profunda” y de que el partido siempre ha tenido “tensiones históricas”, Walker de que “no hay ruptura orgánica” y de que lo quiebres no son ninguna novedad en el partido y Mariano Ruiz-Esquide destaca que se trata de una “crisis extremadamente grave”. La presidenta, a su vez, describe el momento como “grave”.

Ahora, que el desenlace de ese proceso termine en su desaparición, en dos o más partidos, es algo que no se logra captar hoy. La Junta de fines de Enero, las acciones políticas de la coyuntura y la primera fase del nuevo ciclo de gobierno, dejaran las huellas que debemos seguir para comprender este decisivo momento para un partido que se ha ido diluyendo fuertemente desde que se abre el nuevo siglo y emerge un nuevo Chile.

No obstante, los hechos políticos y los rasgos del proceso político que se abre y encarna en lo que llamamos nuevo ciclo político, entregan muchas pistas en torno al desenlace de la crisis DC. Lo único claro, es que el partido no puede seguir cómo esta: fracturado política, ideológica y culturalmente.
La fractura es política, porque la crisis es expresión de que los grupos internos, cada día más irreconciliables, tienen diagnósticos y soluciones políticas diferentes frente a las problemáticas que instala la nueva fase política. Se ha perdido “la voluntad de trabajar unidos… y la capacidad de diálogo”, destaca Espejo; replicando, uno de los argumentos del grupo recién escindido que lidera Mariana Aylwin. Walker, siguiendo en esa lógica de análisis menciona que la crisis es de “convivencia interna”. 

La fractura política no se agota en la mala “convivencia interna”. La mala relación, la falta de unidad y la falta de dialogo no es lo sustancial. La mala convivencia, en consecuencia –y, esto es lo sustancial-, es resultado de diferencias políticas que se agudizan en la medida en que estamos cada vez más insertos en las dinámicas y demandas del nuevo ciclo. Tales diferencias tienen que ver con definiciones presidenciales, electorales, política de alianzas, apoyo o distancia con el gobierno, apoyo u oposición a las reformas y disputas internas, etc.

La fractura también es ideológica, porque el quiebre político se sustenta en ideas y en una lectura distinta de lo que es y debe ser Chile: lucro o no lucro en la educación, aborto o no aborto en tres causales, voucher o no para financiar negocios privados, son algunos de las áreas que producen tensiones internas en la falange. Esto, no lo va resolver una Junta ni un Congreso.

La fractura es cultural, porque los nuevos tiempos del Chile actual y las subjetividades y prácticas asociadas (el habitus) no logran conectarse con la “propuesta ideológica” de la DC que hasta hoy es el “humanismo cristiano”. Sin entrar en esta reflexión –por cuestiones obvias, no por eso menos relevante- es crucial hacer la conexión con la identidad del partido.

La DC no conecta con el sentido común. La DC no conecta con los nuevos grupos. La DC no da respuesta a las problemáticas de la hora actual. La DC no define la Agenda político-pública. En definitiva, la identidad del partido –al menos la oficial- no seduce a los actores de los nuevos tiempos. De hecho, muchos militantes –desde los que están a punto de irse del partido hasta lo que van a morir DC- hablan de que hay una crisis de identidad.

Este desfase entre el habitus DC y su propuesta ideológica, en consecuencia, se expresa en la coyuntura como crisis de identidad. El déficits no es menor: no saber quién soy, quienes somos, que queremos y para donde vamos es una problemática de alto impacto y de compleja resolución.

La DC hoy, es un conjunto de identidades y no una identidad que articula y moviliza intereses. El todo ha sido superado por las partes. En la DC, por tanto, ocurre los que negaba Tomic: que nadie es más grande que el partido: ¿qué importa lo que defina un Congreso Ideológico, si cada militante vota según sus intereses particulares?, ¿qué importa lo que defina una Junta, si de todos modos no van apoyar al candidato?

En este escenario de profunda crisis, definida de ese modo, por los propios involucrados, el desenlace es menos incierto de lo que desde las propias filas se reconoce. Algunos renunciaran, “tendrá sentido seguir en la DC” se pregunta Burgos, otros formaran otro partido u otros partidos o movimientos. En ese contexto, surge la interrogante: ¿habrá quiebre orgánico… de qué dimensiones?, ¿qué pasará con la marca DC, entendida como espacio al interior del cual convergen –hoy divergen- distintas identidades políticas y sus respectivas tradiciones?; ¿quiénes serían sus herederos legítimos?; ¿quiénes seguirían administrado sus patrimonio económico y cultural?; ¿quiénes seguirán hablando en nombre de la DC?

La crisis DC es, en consecuencia, un mix de tres fracturas que se expresan en una crisis de identidad que anula al partido como un “todo” al mismo tiempo que levanta identidades particulares que se enfrentan por la conducción política del conglomerado. En términos políticos, esta lucha de identidades se manifiesta en una crisis de convivencia que ha dejado de lado el dialogo y la cooperación entre “camaradas”.

Las tensiones internas se profundizan en ciclo presidencial de las reformas. De hecho, el nudo político de la DC está configurado a partir de una contradicción que se viene arrastrando con mucha intensidad desde la conformación de la Nueva Mayoría y del gobierno que encabezaron. La coyuntura y el programa de las reformas obligan a tomar posición en torno a cambios y proyectos de ley que ponen en jaque diversos aspectos del orden neoliberal.

En ese contexto, la DC tuvo que tomar dos decisiones políticas fundamentales: modelo sociedad y política de alianzas.  Hoy, está enfrentada a la misma disyuntiva. Ruiz-Esquide, lo plantea de otro modo: la DC, debe definir ¿qué quiere hacer y con quiere hacer?

Mientras, en el primer caso se trata de neoliberalismo y/o “contra” neoliberalismo; en el segundo, se trata de con quien –o con nadie- se comparte proyecto y ruta política: ¿con la derecha, con qué derecha, con la izquierda, con qué izquierda, con el PC o sin el PC, con el Frente Amplio o sin el Frente Amplio, con los liberales y/o con los socialdemócratas o con los radicales?

La respuesta a estas interrogantes, será decisiva para el desenlace de la crisis de la DC. El debate ya está desplegado.

De hecho, Burgos pide “claridad doctrinaria” y se declara defensor de la “iniciativa privada, el Estado Subsidiario y del crecimiento como un instrumento insustituible”.  Otros, a su vez, son partidarios del lucro en la educación: “cuando se dijo que no se podía lucrar con la educación a ellos no les gusto”, afirma Yasna Provoste la electa Senadora de la Disidencia haciendo referencia al triangulo Aylwin-Walker-Martínez. A su vez, en el campo de la política surge la tesis Walker de la convergencia entre social-cristianos, social-liberales y social-demócratas. Del mismo modo, se buscan acercamientos con los radicales, se negocia y conversa con el Frente Amplio, la Derecha y con lo que queda de la Nueva Mayoría en busca de un lugar desde donde hacer oposición.

Ante la magnitud de las divergencias internas, ¿es suficiente una Junta, una nueva directiva y/o un Congreso Ideológico para neutralizar la crisis y evitar el Gran Cisma?

Del algún modo, el proceso de “desintegración” del partido comenzó a fines de los noventa y se profundizó con la expulsión de Adolfo Zaldivar en el 2007. Las renuncias han sido muchas. No han tenido mucho impacto político porque han sido individuales y a goteras. En el plano electoral, el declive ha sido sistemático hasta llegar a la gran derrota de noviembre pasado. Hace semanas conocimos lo que era un secreto a voces: la salida de 31 conspicuos militantes del grupo “Progresismo con Progreso” que lidera Mariana Aylwin. El ex Senador y figura moral de la DC,  Mariano Ruiz-Esquide, ha mencionado que esta crisis es “similar al cisma que desemboco en el MAPU y la Izquierda Cristiana.

La pregunta política: ¿van a continuar las renuncias individuales u orgánicas?

Todo indica que los grupos internos no pueden seguir conviviendo en el espacio político y cultural que llamamos Democracia Cristiana. Sin embargo, ¿es posible re-significar la convivencia y salvar el quiebre?

La respuesta se encuentra en la política. Desde el origen en la DC conviven dos almas: los reformistas y progresistas y los socialcristiano de raíz conservadora. Si bien, los nuevos tiempos han desdibujado la impronta progresista y socialcristiana y la han reemplazo por claves neoliberales, la esencia del conflicto sigue intacto en el sentido de que hay dos visiones de la sociedad y de la política de alianzas. La coyuntura, nuevamente, nos muestra el enfrentamiento de estos grupos internos.

No obstante, los contornos de ambos son difusos por la presencia de una yuxtaposición de grupos y posiciones políticas e ideológicas que generan un panorama más complejo de resolver a mediano y largo plazo. Este hecho, no obstante, facilita la resolución de la crisis. En rigor, neutraliza a corto plazo una crisis que tiene vida propia; y por tanto, un desenlace previsible.

La política, por tanto, es el espacio para resolver el conflicto. De hecho, ya hay operaciones que avanzan en esa dirección. Definirse como oposición y optar por la independencia es la fórmula que puede neutralizar el quiebre y/o la desintegración. Es más, muchos ven con buenos ojos, la posibilidad de hacer un camino en solitario en cuyo fondo aparece un “desierto” que invita a ser recorrido. Walker, en esa dirección, plantea que ve a la DC como oposición que se va perfilando “con niveles crecientes de independencia”. Algo similar ha mencionado el histórico Caco Latorre.

¿Es viable esta salida política?

A mi entender, esta opción tiene poca viabilidad política a mediano y largo plazo no sólo debido a que sólo posterga decisiones fundamentales que exige la sociedad que emerge del proyecto neoliberal, sino también porque el trabajo legislativo y de oposición exige negociación y articulación con los otros partidos y/o parlamentarios. Una crisis de identidad requiere coherencia política e ideológica.


La independencia sólo va profundizar la tensión entre las identidades constituyentes del falangismo a mediano y largo plazo. Del mismo modo, si optan pactar –dependiendo del proyecto y de la coyuntura- con la derecha o con la izquierda el asunto a corto plazo va generar condiciones para el quiebre. La DC, entre la espada y la pared.

viernes, 5 de enero de 2018

El Frente Amplio como Marca Política

El resultado electoral para el Frente Amplio en las pasadas elecciones abre una nueva etapa. Los 1.3 millones de votos de la Bea Sánchez, la bancada parlamentaria elegida y el rol que jugaron en la segunda vuelta son hechos políticos que dan cuenta de que se ha reducido la distancia entre su rendimiento electoral  (municipales 2016 y primarias 2017) y su posicionamiento político. La votación obtenida, por tanto, instala al frente amplismo como un agente político con capacidad de modificar las relaciones de fuerza e instalar temas en la agenda pública.

Aquí, surge el primer nudo político de la nueva fase: ¿qué hacer con el Frente Amplio cómo instancia “supra”-particular/partidista?

Que el FA sea una instancia “supra”-particular/partidista, significa que está constituido por distintas identidades políticas, culturales, sociales y generacionales que se reúnen para construir un proyecto político “amplio” que dispute de modo competitivo la hegemonía política y cultural a la derecha y a la Nueva Mayoría (o sus restos) en todos los Frentes: del parlamento al territorio y del voto a las ideas.

Las particularidades que conforman este “todo” llamado Frente Amplio construyen un espacio político  imaginario –en proceso de institucionalización- al interior del cual proponen, debaten y deciden lo que van hacer como cuerpo político. “Ese todo”, cómo espacio político no sólo está integrado por los partidos que lo fundan y sus militantes, sino también por un amplio sector de “militantes amplistas”, simpatizantes y electores que son, en definitiva, los que hacen posible y viable el proyecto desde el punto de vista electoral y cultural.

Ocurre, que desde las municipales pasadas el Frente Amplio comienza a fagocitar las orgánicas que lo constituyen. De hecho, la votación presidencial y parlamentaria del conglomerado es un voto del “pueblo frenteamplista” a un referente político en construcción que suma más políticamente que las particularidades que lo conforman: partidos, movimientos, individuos. De hecho, la distancia en votos entre lo que se obtuvo a nivel presidencial es inferior en 400 mil votos a lo que vemos a nivel de los Diputados. La distancia aumenta a 600 mil cuando vemos la votación de los Consejeros Regionales.

En consecuencia, lentamente se fue creando un “ser político” con vida propia que se autonomiza de sus “padres”. Esto es, sin duda, un activo político de alto impacto y de compleja gestión.

¿Por qué ocurre hoy que el Frente Amplio “suma más que las particularidades que lo conforman”?

Porque el Frente Amplio se ha constituido en una marca política que se conectó de modo eficiente con rasgos del nuevo ciclo. Esa conexión la hizo el Frente Amplio y no sus particularidades constituyentes.

De este modo, se convirtió en una marca conocida, valorada y reputada, asociada a la nueva política y con un producto atractivo (proyecto y nuevo personal político). Sobre esas bases semióticas las posibilidades de expansión, por tanto, no son menores. Sin embargo, estas dependen cada vez más del fortalecimiento de la marca como unidad semiótica y como proyecto político.

En este sentido, surge la hipótesis de que la viabilidad política del Frente Amplio a corto plazo (es decir, considerando el ciclo de gobierno que se abre con estas elecciones y se cierra en las presidenciales del 2021), depende de modo relevante de su proyección no sólo como plataforma política, sino también como marca política “supra”particular/partidista que puede ser gestionada del mismo modo como se hace con una marca comercial desde el punto de vista semiótico. No olvido, que es una cuestión esencialmente política.

Entender el Frente Amplio como marca política, implica situarnos en el plano de la cultura, del imaginario y de las subjetividades políticas. Haber transitado de la aislada táctica instrumental de un pacto electoral a una unidad de sentido que re-significa la política desde las bases y desde los nuevos grupos es, sin duda, un tremendo éxito y un gran triunfo político. Esto, debido a que las lealtades, los compromisos, las esperanzas  y las convicciones –sobre todo, en el ámbito de la política- se solidifican en el plano de la cultura, de las creencias, de las costumbres, de las emociones y del imaginario. Cuando la marca se instala en el imaginario y en las subjetividades sólo hay que salir a vender, a proponer, a seducir y a re-encantar. El Frente Amplio, ha operado y opera en esta dimensión.

Como referente político, el Frente Amplio no sólo es un espacio político de encuentro de identidades unidas en una identidad mayor, sino también –y, sobre todo- un espacio cultural que se ha ido creando e inventando desde los territorios en la perspectiva de ir construyendo y reconstruyendo la relación entre sociedad y política en el marco de un proyecto político colectivo “contra” neoliberal.

Volvamos a la pregunta inicial, ¿qué hacer con el Frente Amplio cómo instancia “supra” particular?

La respuesta es contundente y nadie duda: fortalecer el Frente Amplio. Sin embargo, surge una pregunta política clave que tiene directa relación con la autonomía de la marca, ¿hasta qué punto las distintas particularidades (partidos, movimientos e individuos que lo constituyen) van  fortalecer el proyecto a costa del rendimiento y posicionamiento de los agentes políticos particulares que constituyen ese espacio imaginario y colectivo que llamamos Frente Amplio?

La respuesta a esa pregunta se encuentra en la cultura “frenteamplista”; es decir, en dos vectores culturales decisivos para la creación del Frente Amplio: la imbricación con el movimiento social, con las bases y con los territorios y la primacía del proyecto colectivo por sobre los personalismos.

Esto, por tanto, quiere decir que las particularidades políticas constituyentes del Frente Amplio están dispuestas y han manifestado la voluntad de construir un proyecto político que supere el marco, las identidades y las vocaciones particulares.
 
Las preguntas políticas son ineludibles para la fase que se abre post-elecciones: ¿cómo las distintas orgánicas se van a relacionar en este espacio en construcción?, ¿qué niveles de soberanía tendrá ese espacio de acción política colectiva?, ¿qué grado de autonomía política tendrá el espacio imaginario llamado Frente Amplio?, ¿qué rol va jugar en este período el “pueblo frenteamplista”?, ¿qué relación se establecerá con la bancada parlamentaria?, ¿hasta qué punto la bancada amplista se confundirá o diferenciará del Frente Amplio?, ¿dónde radicara la soberanía del proyecto colectivo y dónde se tomaran las decisiones políticas y legislativas?, ¿qué luchas de poder surgirán en su interior?, ¿qué nivel de organicidad tendrá el pacto político, electoral, ideológico y programático?

Las preguntas, en definitiva, se pueden reducir a una: ¿qué rol va jugar el Frente Amplio en la fase que se abre con el nuevo ciclo de gobierno?

No podemos olvidar, que el Frente Amplio opera como marca, cómo un conglomerado que tiene vida propia y autonomía respecto de sus padres fundadores y que ha emergido desde sus entrañas una cultura “frente amplista”.

Opera cómo unidad de sentido que re-significa la política, porque la “oferta política” de un proyecto “contra” neoliberal la hace el Frente Amplio y no Revolución Democrática, los autónomos u otro de sus integrantes. Opera con autonomía y en clave cultural, porque es una realidad política con identidad propia y diferencial.

La opinión pública, la gente común, los electores de las democracias de audiencias están mirando al Frente Amplio y no a sus orgánicas y liderazgos particulares. El sentimiento es con el Frente Amplio y no con sus particularidades constituyentes. El elector, vota Frente Amplio y no por las particularidades constituyentes. El Frente Amplio, rinde política y electoralmente mucho más que sus fuerzas fundantes.

Pero, la pregunta sigue instalada: ¿desde dónde, cómo y por medio de quiénes el Frente Amplio va actuar políticamente como oposición?, ¿quiénes van hablar en nombre del Frente Amplio?

Ya sabemos, sus representantes. Sin embargo, no hay que olvidar que el Frente Amplio como marca y como espacio político-cultural es mucho más que los representantes recién electos del conglomerado. No obstante, la gestión parlamentaria de estos 4 años será decisiva para el fortalecimiento o el debilitamiento de la marca.

Las tensiones entre el Frente Amplio como instancia “supra” particular/partidista y sus fuerzas originales se manifestaron con mucha intensidad en la discusión en torno a ¿qué hacer en términos político-electorales en la segunda vuelta: Piñera, Guillier o nadie?

Los hechos muestran que el Frente Amplio como cuerpo no tuvo la capacidad política de ordenar sus particularidades orgánicas y no orgánicas. Lentamente, las particularidades fueron debilitando y anulando lo que el Frente Amplio “prender ser”: una voz política autónoma y legítima. No olvidemos, que antes de los resultados de la primera vuelta, en el Frente Amplio había unanimidad en que no había apoyo a Guillier. No voy a entrar en los detalles de esa coyuntura; pero, es claro que el Frente Amplio no podía –por un mínimo de coherencia- llamar a votar por Guillier. No lo hizo. Sin embargo, las particularidades terminaron votando por el candidato doblemente derrotado. De algún modo, la derrota es también la derrota no del Frente Amplio como cuerpo, sino de sus particularidades.

Entonces, ¿por qué las particularidades terminan haciendo algo que el Frente Amplio como encarnación de un proyecto no podía hacer? 

La definición de las mesas de la Cámara de Diputados es otro ejemplo de lo que pretendo ilustrar. La pregunta es la misma: ¿quién negocia con las otras fuerzas políticas la posibilidad de presidir la Cámara baja: la bancada, Jackson, Boric, el Frente Amplio como cuerpo… quién?


Finalmente, sólo me interesa insistir en el hecho de que el Frente Amplio está enfrentado a convertirse en una marca política con autonomía o a ser destruida e instrumentalizada por sus propios creadores. Lo que suceda en los próximos años será decisivo para el futuro y la proyección de un conglomerado que está amenazado por la lucha, el posicionamiento e intereses de sus “dueños”.