“La situación de crisis está
dada por la creciente deslegitimación”
Hacemos pública la
tercera parte de una larga entrevista que tuvimos con Fernando Atria en
Febrero. Por su extensión e interés político y teórico fue dividida en tres
partes. En esta ocasión, la conversación está centrada en la crisis política
que cruza la sociedad chilena y sus diversas dimensiones. Un aporte, sin duda,
que va más allá del “campo político”.
Desde la campaña de Bachelet
se viene escuchando hablar del nuevo ciclo político; de hecho, la tesis de los
“cambios estructurales” se instalaron sobre esa idea; ha pasado el tiempo y ya
no se habla o se habla muy poco sobre cambio de ciclo: ¿qué sucedió?, ¿ya
estanos en el nuevo ciclo?, ¿en qué situación estamos?
Hay un nuevo ciclo
que está surgiendo. En este contexto, volver atrás es completamente inviable.
Hay quienes creen que es posible volver atrás y yo creo es imposible.
Por tanto, ¿la restauración
conservadora no es viable?
No es viable. Chile
no tolera una forma política como la república binominal. Su fecha de
vencimiento ya esta pasada. De hecho, la discusión sobre el modelo neoliberal
que la Concertación humanizó no tiene sentido y es puramente académica; porque
para lo que viene, la política tiene que ser distinta. De hecho, la política
tiene que tener una visión transformadora.
No es posible volver atrás. Hacerlo, es sólo profundizar la crisis de legitimidad en la que estamos.
Pero, la dirección de esa
transformación puede tener varios caminos.
Cuando surge con
fuerza política una demanda social de transformación en el 2011 se pone entre
dicho la cultura binominal porque no puede procesarla. Todavía, estamos
viviendo las consecuencias de ese proceso. Vemos, por tanto, desde el 2011 un
proceso creciente de deslegitimación de esa institucionalidad y cultura
política. La transformación que Chile necesita y está exigiendo desde el 2011
es una ruta de salida al neoliberalismo.
Para nosotros la dirección de la transformación está dada por la profundización democrática y la ampliación
de la ciudadanía. Esa es, nuestra ruta de salida.
En el contexto del Chile de
hoy, ¿hay crisis política, entendiendo que la legitimidad es sólo una dimensión
del proceso?
La respuesta es no,
si medimos la crisis por la posibilidad cierta de que la institucionalidad se
venga al suelo. Está pasando algo más difícil de enfrentar que es que la
institucionalidad política se está lentamente hundiendo en una ciénaga de
ilegitimidad. Tenemos una democracia
deficitaria.
¿Cómo se sale se esa
situación y en qué momento se toca fondo y pasamos de una crisis “en la”
democracia a una crisis “de la” democracia?
La situación de crisis está dada por la creciente deslegitimación.
El camino de solución es con profundización democrática y ampliación ciudadana.
Para entender este proceso hay que remitirse a la idea de que vivimos en la
cultura política dela República binominal.
¿Qué entiendes por República
binominal o por cultura binominal?
Que la política esta
neutralizada. El punto de partida de este proceso es la constitución del ’80
que fue diseñada para neutralizar la política porque sabían que el modelo
neoliberal no pasaba la prueba de la legitimación democrática. La pregunta que
se hicieron los que la diseñaron fue como hacer que ese modelo se prolongara
más allá de la dictadura y hacer que la política democrática no tocara el
neoliberalismo; la respuesta, fue la constitución del ’80 con sus trampas y
cerrojos.
Y, en este recorrido ¿qué
tenemos cuando empiezan los noventa con el primer gobierno de la Concertación?
Tenemos una
institucionalidad formalmente democrática; pero, una política democrática que
no puede transformar. Luego, en un segundo momento, esta neutralización que
estaba en las instituciones y en las reglas constitucionales –senadores
designados, leyes orgánicas, tribunal constitucional, etc.- pasa de las
instituciones políticas a la cultura política. Desde este momento, la cultura binominal pasa a entender que es
impropio, inadecuado e irresponsable hacer transformaciones. Surge, por
tanto, una cultura política neutralizada que no necesita el cerrojo de las
instituciones.
¿Cómo ha afectado esta
tensión al gobierno de las reformas?
Es una parte del
problema que ha tenido. El gobierno está tratando de hacer lo que esta cultura
política no puede hacer; que es la transformación. Chile, necesita hacerse
cargo de la demanda transformadora. Por eso, Chile necesita una nueva
constitución.
Mencionaste, que la crisis
política de hoy es de legitimidad; pero, ¿qué otras dimensiones tiene esa
crisis?
La despolitización. Los ciudadanos ven crecientemente la política como algo ajeno a él,
que no tiene nada que ver con él, que no se preocupa de él. Esto, es característico
de esta época. El ciudadano hoy, esta des-empoderado. Se da cuenta que la
política no sólo es crecientemente impotente en las cuestiones que realmente
importan, sino también que se toman decisiones en espacios que no corresponden
a los que están bajo el control de la política democrática. El ciudadano
experimenta el hecho de que la decisión que tienen como ciudadanos es
irrelevante. Este tipo de ciudadano es, por tanto, el resultado de la
neutralización política de la cultura binominal o de la globalización
neoliberal.
Crisis de legitimidad,
des-politización y “ciudadanos des-empoderados”, son elementos que mencionaste
como dimensiones en crisis de la “democracia deficitaria”; entonces, ¿qué rol
juegan los partidos en este contexto? considerando que dijiste que eran
máquinas sin proyecto.
A los partidos
políticos ya no se les identifica con un proyecto político y la posibilidad de
su realización porque han abandonado la dimensión del proyecto político. Entonces, si los partidos son sólo maquinas,
son despreciables. En este caso, los partidos terminan siendo instrumentos para
los fines que ellos mismos decidan. Terminan defendiendo intereses
particulares. Los partidos, desde el principio, han tenido patologías. Todas
las instituciones tienen una dimensión patológica. Pero, hay algo en la lógica institucional que
hace que no pueda ser de otra manera porque hay una deformación de la política.
No obstante, podemos
entender este vació de proyecto político como el efecto de una derrota política
e ideológica –incluso, militar- localizable en algún lugar del tiempo; sobre
todo, en lo que se refiere a la izquierda chilena. Entonces, ¿ese abandono del
proyecto surge de una derrota que genera desconcierto y sentimiento de derrota?
En la izquierda,
claramente sí. En este punto hay varias cosas vinculadas. Una de ellas, es la
idea de una política neoliberal cuyo sueño es un mundo sin política en la que
lo único que hay son individuos que contratan en la medida que pueden.
En este análisis ¿qué pasa
con la representación, entendido como unos de los pilares de la práctica
democrática?
En primer lugar, la
representación no debe ser entendida como delegación. Hay una manera de
entenderla de modo no político o despolitizado; que es, entenderla desde el
punto de vista del contrato en el que mi representante, para comprar algo en
Punta Arenas, compra y paga por mí. En la representación que ocurre en el
contrato la idea es, en principio, que el representante sea un intermediario.
En este caso, si yo pudiera estar en Punta Arenas yo no necesitaría ese
intermediario que sería mí representante.
Pero, cuando decimos “habla por mí”, “vota por mí”,
“decide por mi” no se trata, precisamente, de un contrato como el que
mencionas.
La representación
como contrato no es un buen modelo para entender la representación política.
Por tanto, ¿qué entiendes por representación
política?
Es un proceso a
través del cual una voluntad común va emergiendo. No es que exista antes de la
representación un sujeto que quiere expresarse pero no puede; y que, entonces,
recurre a la representación porque no cabemos todos los chilenos dentro de un
hall suficientemente grande. En este
modelo el político sigue representando el interés de los que votan por él, que
sigue siendo un interés particular. El sentido de las instituciones políticas
es que emerja una voluntad común. Si bien, las instituciones no son perfectas y
todas tienen patologías, está la pretensión de que la discusión pública va
conformando una voluntad común. Por tanto, la representación no puede ser vista
como un intermediario, como una delegación.
¿Cómo tiene que ser vista la
representación?
Como un momento en
la formación de una voluntad común que después se expresa en ley o en la
decisión respectiva. Hoy, entendemos la representación como intermediación.
Entonces, el Senador de Coquimbo representa los intereses particulares de los
que votan en Coquimbo. De este modo, el Senado o la Cámara de Diputados es como
una asamblea de Plenipotenciarios donde llegan los representantes de estas
regiones que tiene que negociar entre ellos para sacar una tajada más grande.
Para ir terminando, ¿por qué
una nueva constitución tendría que re legitimar el proceso político, re definir
la representación y hacer que la distancia entre la política y la sociedad se
reduzca?
No es una garantía
de que va pasar. Si tenemos una institucionalidad que es mera administración,
tenemos, por tanto, un poder político débil. El costo de esto es que no puede
enfrentar a poderes que son fuertes. Uno espera que lo políticos controlen a
los poderes facticos y le pongan límites.; sobre todo, a los abusos. Se trata,
de que el poder político pueda domesticar esos poderes. La política neutralizada
no puede producir esa domesticación. Las consecuencias de esto la recibe el
ciudadano cada vez que recibe el informe de su AFP, los planes de adecuación de
la Isapre, cuando va a comprar un pollo o papel confort.
Finalmente, ¿cómo analizas
la coyuntura actual y cuál es la relevancia que le asignas?
Durante los 20 años
de la Concertación el neoliberalismo fue humanizado, no transformado. Hay dos
modos de entender el sentido político de esos 20 años: humanización para
estabilizarlo y proyectarlo al futuro o humanización para generar las
condiciones para su superación. Quiero decir, que el sentido político no queda
fijado por lo que ocurrió en esos 20 años porque ese sentido político está en
el futuro.
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